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José Luís García Molina

Profesor del departamento

Quiero dejar constancia, conmovido, del fallecimiento la pasada noche del 16 de marzo de José Ramón Torregrosa Peris, a quien muchos de quienes lean esta nota recordarán. En mi caso, hay una amistad de toda la vida, forjada en la infancia en los bancos de la Escuela Católica, afianzada después con el paso de los años en el muy querido Instituto de Enseñanza Media “José de Ribera” de Xátiva. Un  pasado que vuelve como evoca el “Molt Lluny”  de Pele-Raimón (canción a la que  agregaría ahora  el Som de su primer disco).

Los amigos/as del curso de bachillerato pudimos estar con él –la despedida, en realidad-  en Alicante, a primeros de febrero, en reunión de nuestra promoción. Afectado ya por la enfermedad, grave, mostraba buen temple,  claro en su pensamiento y palabra, con su modo de ser –su “carácter”- reconocible, moderado por su buena adaptación al estado en que se encontraba.  Su corazón, sin embargo, no ha resistido el último de los ataques sufrido a fines de febrero.

Fuimos niños de la inmediata postguerra: todo cuanto vuelve es “coral”, de suerte que el  Molt lluny salta al frente de la conciencia: “vé” uno la  ciudad rural y de servicios, la histórica, “llega” como un ruido el clima social dividido entre lo oficial y lo cotidiano, los silencios cómplices, los tiempos lentos, … aunque hemos valorado siempre con sus pequeñas sombras o matices la formación que recibimos en el viejo Instituto hoy Museo de Pintura. Formábamos  parte de la primera promoción que tuvo que optar entre Ciencias o Letras (1954-55) al término del Bachillerato Elemental.

El paso a la Universidad nos llevó a viajar, algo usual entonces, en auto-stop y en tren por Francia y otros lugares de Europa: era fácil, sobre todo en el Sur de Francia, encontrarse con grupos de exiliados republicanos y de emigrantes españoles; ya en París, acampábamos por la zona de los bouquinistes del Sena, en el entorno de Nôtre Dame (a  cuyas torres, donde están las quimeras, subíamos), de S. Julián el Pobre, del Boulevard St. Michel, Pont Neuf, las Halles, antes de la reforma de 1974, la que derribó las “Halles centrales” de Victor Baltard (1854), “el vientre de París”  según Zola, un Louvre, entonces, de fácil acceso…

Dos son los vectores que han configurado, a mi entender, su trayectoria biográfica: el de la solidaridad y el de la fidelidad: “A mis padres en solidaridad” reza la dedicatoria que puso al frente de su primer libro, “Teoría e Investigación en la Psicología Social Actual” (Instituto de 1974). Recogía allí una amplia muestra de textos representativos en la materia fruto personal de lo que había estudiado en los USA. Desde esos vectores redacto las breves notas que siguen.

Hizo sus estudios en la antigua Facultad de Ciencias Políticas de Madrid, sita en la calle S. Bernardo que recuerdo ahora por visitas ocasionales, asistiendo con él,  entre otras, a clases de Aranguren (quien en alguno de sus textos situaba la psicología social entre las nuevas humanidades), de  J. A. Maravall (de quien JRT solía citar su “Teoría del Saber Histórico”) en vías ya de crearse la nueva facultad de Sociología. En Económicas, 1968, creo recordar, tuvo lugar una memorable y recordada actuación de Raimon.  Tuvimos el privilegio de conocer a grandes maestros, profesores e intelectuales de aquellos tiempos y en esas visitas a Madrid pude conocer a Mª Ángeles Durán, su mujer y, entre otros sociólogos y amigos, a Juan Díez Nicolás, José Castillo, Manuel González Chávez.

De vuelta de Ann Arbor, José Ramón publicó sus primeros artículos en la materia. Un tema dominaba entonces la literatura psico-social: el de las implicaciones de la discutida investigación “La Personalidad Autoritaria” (1950) de  Adorno y otros, prefacio de Horkheimer,  un gran clásico de la Psicología Social.

Contamos con la versión que José Luis Pinillos dio en su día de ella en el capítulo final de ese breviario, también “clásico”, que ha sido “La Mente Humana” (1970), redactado -“pensat i fet” recordaría Pinillos- en los años finales de su estancia en Valencia. Relacionaba allí la  Personalidad Autoritaria con la “psicología de la incultura” y comentaba los resultados obtenidos de la aplicación de la escala F a una población de universitarios y de miembros de la  clase obrera. José Ramón Torregrosa interpretó los resultados con la clase obrera desde un punto de vista complementario al de Pinillos que ahondaba en la condición determinante de la  clase social de pertenencia. En 1975, Pinillos publicaría su gran libro Principios de Psicología (Alianza Universidad), del que recojo la siguiente cita del prólogo: “es notorio que, aunque abiertos plenamente a una psicología social, estos Principios están concebidos desde una perspectiva más bien científico-natural”.

José Ramón defendió siempre un enfoque primariamente sociológico de la Psicología Social.  En Europa, por aquellos años, se trabajaba en la recuperación del legado anterior a la segunda guerra mundial con nuevas y significativas aportaciones. De ello, intercambiamos información en año muy cargado políticamente, 1973/1974, durante mi estancia en l’École Pratique des Hautes Études bajo la dirección de S. Moscovici, quien acababa de publicar “Société contre Nature” y “Hommes domestiques et hommes sauvages”-

Cooperación y conflicto han acompañado el proceso de institucionalización de la Psicología Social en ese Escila-Caribdis que la ha caracterizado desde su origen. José Ramón Torregrosa era persona reflexiva y contaba con un acervo considerable de lecturas sobre epistemología y orientaciones en la materia, entonces bajo la llamada “crisis de la psicología social” ante  la que fue perfilando su propia posición. Se desprende que en esa concepción estaba presente una clara dimensión política.

Todo ello ha tenido reflejo en su intensa labor pedagógica y en el amplio programa de tesis doctorales que dirigió, aspectos destacados en el homenaje que el Departamento de Psicología Social le brindó “40 años de Psicología Social”  en la Facultad de CC. Políticas/Sociología en diciembre de 2014.

De su estancia en la Universidad de Valencia a finales de los 70, recuerdo ahora el impacto  que sobre él ejerció el libro de Sennett/Cobs “The  hidden  Injuries of Social Class” (1973) (“Los daños ocultos de la clase social”), temática que se correspondía con una de las vetas de su agenda de trabajo. Volcó ya en Madrid su actividad investigadora hacia el paro y la, por así decir, “implosión” de los nacionalismos. En otro plano, apuntaba a la idea nuclear de “comunidad” y, en un número de “Revista de Psicología Social”, hizo hincapié en la  plena recuperación de la perspectiva orteguiana en y para la Psicología Social.

En sus años finales, ha sido promotor activo de la Sociología Clínica  y, con los avances de las neurociencias y de la neurobiología, puso su  atención –renovada- sobre la epigenética  (“toda evolución es epigenética”; Canguilhelm, 1962) con larga historia en la materia desde el debate “herencia-medio ambiente” que la cruza.

José Ramón Torregrosa fue, en los años del Bachillerato, lector de poesía, lo era Raimon,  quisiera,  por último, evocar encuentros con José Hierro, en la estela de su Cuanto sé de mí (1957), libro del que tomamos noticia en tarde de invierno en la Biblioteca Municipal de Xátiva o con Francisco Brines, cuando su primer y mítico libro, premio Adonais 1959, “Las Brasas”.

Sirvan estas notas, apresuradas, de recuerdo y afecto verdaderos hacia el amigo y colega que nos deja. 

José Luís García Molina, profesor del Dpto. de Psicología Social de la UCM