Proyectos de Innovación

Panel 1/6

 

Diego Velázquez, Autorretrato, h. 1650. Valencia, Museo de Bellas Artes


 

En enero de 1649, Velázquez partió del puerto de Málaga rumbo a Italia con un encargo claro y conciso. Su misión era conseguir copias de las esculturas más célebres del mundo clásico,  que estaban en las colecciones de Roma,  para decorar el Alcázar de Madrid. Además, debía convencer a Pietro da Cortona de que viajara a España para trabajar en la Corte (lo cual no consiguió). Para ello, el pintor se propuso tejer una red social en los círculos cercanos al Papa que le permitiera acceder a estas colecciones. Una figura clave en esta tarea fue Juan de Córdoba, agente artístico de la corona española en Roma, quien le prestó su apoyo en esta tarea.

 

Para lograr este círculo social, Velázquez recurrió a su talento como retratista. Pero tenía una ambición que iba más allá de su misión oficial. Quería retratar a Inocencio X y conseguir su ansiado título de caballero. Así, muchas de las efigies que pintó fueron de miembros de la corte papal, hasta llegar al fin a su deseado objetivo. Sin embargo, debemos entender la actividad de Velázquez de forma más compleja, principalmente las dos grandes obras que pintó en este periodo romano. Por otro lado, exploraremos cómo es recibido por los artistas italianos y por qué consideramos que Velázquez es un pittore virtuoso.

 

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Giovanni Battista Piranesi, «Vista del Panteón de Agripa, hoy Iglesia de Santa María ad Martyre», serie Vedute di Roma, h. 1751