Primera parte: En la Corte de Felipe IV y el primer viaje a Italia
[PRIMERA PARTE: En la corte de Felipe IV y primer viaje a Italia]
[68v] En este mismo tiempo, entrando a reinar nuestro gran Phelipe quarto el grande, manifestó su ánimo e inclinación a todas las artes liberales, pero en particular se señaló en la pintura. Escogió por privado al excelentísimo Conde de Olivares, el cual, viendo a Su Majestad inclinado a esta profesión por muerte de Juan de la Cruz, que era el que hacía los retratos a Sus Majestades, envió a Sevilla por dos excelentes pintores para honrarlos como a paisanos. El uno se llamó Diego de Silva Belazquez y el otro se llamó Alonso Cano, muy general en cuatro facultades, que son: pintura, escultura, arquitectura y perspectiva […].
[69r] Al contrario, su condiscípulo Diego Belazquez, que ambos fueron [69v] llamados por el señor Conde Duque para servicio de Su Majestad. Mandósele que hiciera el retrato de Su Majestad. Sacólo tan bien hecho y parecido que luego se le hizo merced de pintor de cámara. A pocos días y obras que tuvo hechas de retratos, viéndose ser superior a los antecedentes pintores, recibió otra merced que fue ujier de cámara de su Majestad. Creció tanto su habilidad en hacer retratos con tanta bondad y arte, y tan parecidos, que causó gran maravilla así a pintores como a hombres de buen gusto. Pero como la envidia no sabe estar ociosa, procuró deslucir la buena opinión de nuestro Belazquez sacando por una línea, y no recta, unos censuradores (que es una semilla, o cizaña sembrada por todo el campo del mundo) que se atrevieron a decir que no sabía hacer sino una cabeza (disparate como de envidiosos). Llegó a oídos de Su Majestad, que siempre favoreció a los hombres virtuosos, y con singularidad a éste. Volvió por su opinión mandándole hacer un cuadro de la exclusión de los moros de España que fue hecha el año de 1620, de grandeza de 5 varas de proporción, y de anchura de tres varas y media. Esto se hizo a competencia de cuatro pintores, los mejores, haciendo cada uno su cuadro del mismo tamaño. Colgáronse en el Salón Mayor de Palacio, en donde se conoció por [70r] esta obra la virtud de nuestro pintor, siendo el retrato muy parecido a la historia. De lo cual, corrida la envidia, quedó arrinconada, y el pintor con más estimación, pues con este desengaño y el mucho servicio y puntualidad que asistía a Su Majestad le cobró más cariño haciéndole sobre las mercedes otra merced de ayuda de cámara.
Tuvo grande deseo de pasar a Roma. Pidió licencia a Su Majestad. Diósela con las comodidades necesarias para el viaje, (que no fue poca merced). Llegado que fue a Roma, fue muy bien recibido del señor embajador. Fue viendo las mejores obras, así antiguas como modernas, así de estatuas como de bajos relieves, y de haberlas visto quedó muy mejorado en el estudio. Hizo algunos retratos a personas principales dejando admirado no sólo a los entendidos, sino también a los mismos pintores. Apenas estuvo un año, fue llamado de Su Majestad, a quien hubo de obedecer con harto desconsuelo suyo por ver no lograba tan grandiosos estudios. No obstante, vino muy mejorado en el arte, perspectiva y arquitectura. Llegó a Madrid con algunas pinturas excelentes, de lo cual Su Majestad se dio por bien servido. Prosiguió siempre en hacer retratos de Sus Majestades, creciendo siempre en bondad, que este fue el oficio más continuado.
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