Grupos de investigación

María Ángeles Pérez López

(c) Demian Ortiz



María Ángeles Pérez López 

(Valladolid, España, 1967)

Poeta y profesora titular de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Salamanca. Antologías de su poesía han sido editadas en Caracas, Ciudad de México, Quito, Nueva York, Monterrey, Bogotá y Lima. También, de modo bilingüe, en Italia y Portugal.

Su libro Carnalidad del frío ha sido publicado en edición bilingüe en Brasil y Estados Unidos. Incendio mineral (Vaso Roto, 2021) recibió el Premio Nacional de la Crítica en 2022. Libro mediterráneo de los muertos (Pre-textos, 2023) ha resultado ganador del último Premio Margarita Hierro (Fundación José Hierro).

Forma parte de la Asociación «Genialogías», volcada en reconocer el legado de las poetas. Es miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, honoraria de la Academia Nicaragüense, hija adoptiva de Fontiveros y miembro de la Academia de Juglares de Fontiveros, el pueblo natal de San Juan de la Cruz.


[La mujer pinta sus pies de verde]

 

La mujer pinta sus pies de verde y se sube a ellos.

De los talones nace el odio del asfalto,

su ennegrecida capa de petróleo

embetunando pájaros y niños,

forma de aminoácido esencial

que desgasta las alas, la llovizna,

las caracolas blancas peleando

contra el rencor viscoso de la brea.

 

Con una brocha grande, la mujer

pinta el verdor oscuro de las aguas

en las que se deslizan los arenques

y sus anillos de aire livianísimo,

también los hipocampos, las ballenas,

los moluscos marinos que retozan

en praderas de posidonias vivas

y se aparean en nombre del amor.

Igualmente la hierba de los montes,

el musgo cariñoso y los helechos

comienzan en los dedos desiguales

de los pies y remontan las rodillas

como salmones tibios desovando

a la altura feliz de las caderas.

 

Para el negro sudario del benceno

que atrapa las gaviotas y las lanza

contra la arena triste, enrarecida

del tiempo y el esfuerzo alquitranados,

la mujer se encarama en sus dos pies

y suelta el corazón como una tórtola.

 

(de Atavío y puñal, Olifante, 2012)

 

 

[Ombligo]

 

De su ombligo pequeño, la mujer

saca un hilo invisible y despiadado

con el que fabricarse una peluca.

Tira de él, lo devana en un carrete

y teje una melena amarillenta

para tapar su calva, su pesar,

su cráneo endurecido por la quimio.

Cada porción minúscula de pelo

equivale al total exactamente,

en un píxel de la hebra rectilínea

es completa la masa celular,

resume lo heredado y lo futuro,

el tiempo en su promesa y su baúl.

 

Por su ombligo pequeño, la mujer

se levanta sin lágrimas, pasea

por el pasillo blanco de hospital

y mira sin rencor y sin pestañas.

Después pinta con yodo su peluca

y sonríe despacio ante el espejo

con su hermosura intacta y sin dolencia.

El yodo trae el mar y las gaviotas;

su perfume es salitre y cualidad

de isótopo soluble, hospitalario

que acaricia la calva, cicatriz.

 

De su ombligo no nace ningún loto,

no hay belleza redonda o proporción

áurea que mida el mundo y a los hombres,

sino solo el trajín deshilachado

del útero manchado de escasez

que alberga, como forma en otra forma

la condición fibrosa del tumor.

Pero ella no se queja ni lamenta,

pinta un pez de agua dulce entre su pelo

y lo peina despacio y entregada.

 

(de Atavío y puñal, Olifante, 2012)

 

 

[NOVENTA Y NUEVE ESTRELLAS DE MAR Y UNA CODA]

 

Si las rocas respiran, ¿no habrás de hacerlo tú? Brama el mar en su nombre y en el tuyo. Entra y rompe, imprudente, las costuras, el cuidadoso atado de los cuerpos. Se lleva por delante las costillas, ese armazón de barco y de velamen que reclama el oxígeno y el tórax.

 

Te habías levantado entre la asfixia. La luz era pastosa: una tela tupida tapando tu cabeza, un revoltijo de hilo en la laringe. Después has caminado hasta el rompiente, hasta el abrupto corte de la costa y llamarás al mar casi sin voz. Si no viene, terminarás gritando. Como en los sueños, no hay tiempos verbales: todo ocurre mañana y es ayer. Pero sigues llamando al mar incluso en la afonía, en el volcado y brecha, entre las redes. No alcanzaste a anotar en tu cuaderno las frases desarboladas por el naufragio: “No puedo respirar”, o bien, la asfixia es una experiencia mancomunada, o bien, entre el ritual de espanto se escapa la última brizna de aire con la que puedo decir toda persona importa, por favor, por favor, sólo levántate, por favor, mamá, mamá, por favor, o bien, soy el viento y cada una de las personas que importaron que importan toda persona importa porque el regalo del sol es una experiencia mancomunada.

 

Brama el mar en su nombre y en el tuyo. Después lo borra todo sin temblar. Se apoyará en tu frente, volverá a bautizarte, regalará monedas de agua a los más niños. Festejará el bullicio de borrarte y rehacerte cada vez, como ola que muere y se levanta. Como esos niños, o gaviotas ruidosas y carnívoras, o pequeños erizos de mar que se reconocen en las delicadas tareas de la aguja o de la orfebrería, y también golpeándose, mueren, se levantan.

 

En tu piel abre el mar sus pasadizos, la llamada impaciente de los pájaros. Entra por el boscaje de los bronquios, los bramaderos rotos del batiente. En el norte de ti, te rompe y entra. Te llena con disturbio y con amor.

 

Han de besarte algas, bivalvos y pequeños animales transparentes. Te abrazarán con sílabas de espuma, el torbellino brusco que se enreda en las piernas y las hace caer hasta el amor. ¿Cómo has de llamarte, ahora que no te perteneces? ¿Ahora que murmuras el macilento idioma de la hipoxia y el agua ha de romper cualquier sintaxis? Porque en la privación ya no te perteneces, eres de ella, de sus formularios sumergidos y las largas agendas del ahogo.

 

Si las rocas respiran, ¿no habrás de hacerlo tú? Como un ciervo, el mar brama tu nombre. Braceas levantándote en su boca, en el lenguaje inquieto del amor. Siempre es la vida en su mandato de agua, su mandato de hierba y de pelambre, su encarnizado modo de decirse en el lenguaje inquieto del amor.

 

Es el mar padre y madre. Es tus hermanos. Se alza en ti, es esperma del inicio, es el padre que se abotona el sol, es tu madre expulsando la placenta sobre la orilla hermosa, salpicada, cuando devuelve un cuerpo y no es el tuyo. Caminas entre volúmenes humanos, las fundas plásticas que alojan sombras ya desvanecidas, refugiados durmiendo sobre la cicatriz del cielo. ¿Encontrarás tu cuerpo entre tantos ahogados? ¿Por qué no te correspondió llamarte Siria, o Irak, o tal vez Yemen? Nada sabes de ti ni de los otros, el oleaje dicta una jerga imposible, es el centro y la herida incandescentes.

 

Arden el mar y los campos de Moria. Arden los alfabetos de la infamia, las oraciones rotas de los dignos. En la noche en la que arde el sol de Europa, noventa y nueve estrellas de mar duermen sobre la playa en una funda. No sabes si lo que ilumina el cielo es tu propio alarido o la escarnecida respiración del agua que habría querido acunar esos cuerpos. Noventa y nueve estrellas en un cielo mudo. Cuando cierras los ojos y te entregas, cuando la arena anida en la laringe, cuentas noventa y nueve estrellas en un cielo mudo. No hay red ni artesonado ni cadencia, sólo el agua que besa cada nombre.

Si ellos no respiran, ¿habrás de hacerlo tú?

 

 

NOTAS

 

  1. Mare no Nostrum. Mare no Mater. ¿Cómo es posible que una sola palabra cancele pasado y futuro a la vez? ¿No son siempre las piernas de la madre las dos columnas de Hércules, ese final del mundo conocido?

 

  1. Pescar hombres tampoco podía referirse a esto. Al entrar en las aguas más profundas, se rompen las redes por la carga excesiva. El lenguaje es también una red inflexible. Romperla, morderla para que deje oír la oración de los dignos.

 

  1. Escribir cuaderna no es escribir cuaderno, ni siquiera si la cuaderna forma las costillas del casco, esas piezas curvas que suben desde la quilla como ramas y desglosan el día que no llega. ¿Será el cuerpo un barco lanzado a la deriva? Al mirarlo, cielo y mar lo manchan con su sombra, una pizarra oscurísima que habrá que iluminar violentamente.

 

  1. La estrella de mar se llama asteroidea porque no pudiste imaginarla sumergida. Tiene que ser una forma del cielo. Pero a pesar del abrazo de la similitud, la vida no se parece a nada. Es siempre inagotable. No se deja apresar en ningún apelativo. Puedes hablar de un cuerpo plano formado por un disco pentagonal pero te limitas a describir, ser superficie. Hay que bajar a lo hondo incluso sin aliento.

 

  1. Al descender, buscas esa corriente aforística bajo la marea de la que ha hablado Charles Wright. Cuando levantas los pies del mar, tropiezas con una línea de arena formada por una sola palabra repetida noventa y nueve veces que ha dejado un largo rastro de sangre tras de sí.

 

  1. Seguir ese rastro. Sumergirse. Anotar cada nombre. No ser red.

 

  1. ¿Y la coda? En esta bajura no importa la respuesta. Insistes, sólo insistes: no ser red.

 

(de Libro mediterráneo de los muertos, Pre-textos, 2023)