Proyectos de Investigación

Roberto Gómez, Charlas de café sobre la guerra civil española


 

(Madrid, Guillermo Escolar Editor, 2019)

 

El humorista Roberto Gómez –o "Roberto", como solía firmar– nació en Madrid en 1897. Hacia finales de los años veinte, se hizo conocer como dibujante en las páginas del semanario Gutiérrez. Semanario Español de Humorismo, pero en 1932 dejó bruscamente España y la revista para establecerse en el Río de la Plata. Encontró trabajo en Buenos Aires como caricaturista político en Crítica, en ese entonces el diario más leído del mundo hispano. En julio de 1936, al leer las noticias sobre el levantamiento militar, empezó a combinar sus dibujos con crónicas que aparecieron cada sábado (y a partir de 1937 de manera quincenal) con el título "Charlas de café". Tuvieron un éxito enorme entre el público bonaerense. En los años cuarenta, por discrepancias con el acercamiento peronista al régimen de Franco, "Roberto" se trasladó a Uruguay. Nunca regresó a España, ni superó la nostalgia por su ciudad natal. Es normal que fuese así. Como él mismo decía: “Ningún ciudadano, de ninguna ciudad del mundo, quiere tanto a su pueblo como el madrileño al suyo”. Murió en Montevideo en 1965.

 

Charlas de café sobre la guerra civil española se publicó en Buenos Aires a finales de 1937 y tuvo tanto éxito que hubo que imprimir una nueva edición en febrero del '38. El libro reunió treinta y cuatro de las "charlas de café" redactadas por "Roberto", con los dibujos correspondientes, para el vespertino bonaerense Crítica. Con ellas, y sus "chistes directos al hígado", el humorista madrileño se había convertido en un cronista imprescindible, tan amado como vituperado, sobre una guerra que se vivía con intensa pasión en la lejana retaguardia argentina.

Esta nueva edición, que rescata a "Roberto" del olvido casi total en que ha caído, añade un anexo con numerosas "charlas" y artículos que el humorista excluyó o modificó sustancialmente, y termina con la "autointerviú" de su última charla de café de 1937, en la que conversó consigo mismo sobre su libro recientemente publicado [véase al final de esta página].

 


"Al producirse la revuelta fascista, el pueblo en España se lanzó a la calle. Y se improvisó el miliciano. El hombre que el día anterior trabajaba en el taller o en la fábrica y ahora empuñaba un fusil para defender la República traicionada.

Pedirle técnica a aquel hombre del pueblo, hubiera sido como pedir peras al olmo o a Franco que tomase café en Madrid. Lo único que podía esperarse del miliciano era sinceridad, espíritu de sacrificio, fe en el pueblo, combatividad, valor. Todo menos ciencia militar.

De igual manera, este libro se ha ido escribiendo como el miliciano se hizo soldado: por improvisación. El que espere encontrar literatura en sus páginas, mejor será que lo cierre y no siga leyendo. Quien lo escribió no es un literato, sino un dibujante, que tenía cosas que decir –muchas que ha dicho y otras que dirá–, y como el lápiz solo no podía decirlas todas, cogió también la pluma para combatir en defensa de su pueblo".

(Roberto Gómez, Charlas de café sobre la guerra civil española)

 

 

“Charlas de café”

(Crítica, 25 de diciembre de 1937)

 

"Charlas de café”, de Roberto, es un libro macanudo.

Roberto

 

Dos acontecimientos trascendentales se han producido en estos días en el campo leal. La aparición de estas “charlas”, recopiladas en el libro, y la conquista de Teruel.[1] Y los dos con resultados idénticos: robustecimiento del optimismo en nuestro campo y congestión de hígados en el contrario.

          Cuando un hombre alcanza, como yo, la cumbre de la fama, lo primero que se le hace es una interviú. Pues bien: llevo quince días esperando la visita del compañero periodista y nadie me lleva el apunte. Pero están listos si creen que me van a largar parado. ¿Que no me hacen la interviú? Pues me la hago yo y asunto concluido.

*

          Cuando llegamos a Crítica a ver a Roberto, lo encontramos terminando la caricatura diaria que publica en “Hoy”.[2]

          –Un momento –nos pide– que voy a cerrar la puerta de la jaula, no se vaya a escapar el pájaro.

          –¿Qué pájaro?

          –Este.

          Y nos muestra el dibujo. Dentro de una jaula está “Barba eléctrica”, el general italiano al que se le fundieron los tapones en Teruel.[3] Un gran cartelón dice: 4ª Brigada Indómita. Y en otro, colgada de la jaula junto a un enchufe eléctrico, esta advertencia:

          Por verlo... 1 peseta.

          Con derecho a encenderle la barba... 5 pesetas.

          Al pie de la jaula dos milicianos lo contemplan sonrientes.

          –¿Qué podríamos hacer con él? –pregunta uno. Y el otro le contesta:

          –Lo utilizaremos como usina eléctrica.

          Hacemos como que reímos y comentamos:

          –Está bastante bien.

          –¿Cómo bastante bien? ¡Está estupendo! Vea.

          “Yo tengo mi consigna: ‘Un chiste directo al hígado puede matar a un hombre’. Y todos los días en Crítica, hago chistes directos al hígado, de los que forman piedra. Este de hoy lo leerán los fascistas, como siempre, después de cenar, en esa hora difícil de la digestión y propicia a las congestiones cerebrales; y milagro será que mañana no haya nuevas bajas que añadir a las de Teruel".

          –Pero, ¿leen Crítica los fascistas?

          –¡Cómo no! Si no la leyeran no recibiría yo tantos anónimos como recibo. Para esos amables comunicantes publiqué al frente del libro mi retrato con esta dedicatoria:

          “A los ‘nacionalistas’ que me escriben anónimos para que me rompan la cara”.

          –¿Y?

          –¡Macanudo! La venta va estupenda. Compran el libro para darse el gustazo de “romperme la cara” a domicilio, cómodamente y sin riesgos. No creo que tengan quejas de mí. Yo tampoco las tengo de ellos. Ahora mismo acaba de comunicarme el editor que Lojendio[4] lleva comprados ya quince ejemplares, uno por día, y que la “misión kultural” le ha hecho un pedido de doscientos para tirárselos unos y otros a la cabeza.

          Festejamos el éxito y derivamos la conversación hacia otros derroteros.

          –¿Tiene usted confianza en el triunfo final?

          –Absoluta. Allí y aquí. Al principio nos enfrentamos a la lucha con unas milicias valerosas, pero improvisadas. Hoy, el ejército leal de Crítica es una máquina perfecta. Los ataques aislados de los primeros días, librados a la iniciativa personal, han desaparecido para traducirse en la magnífica realidad de hoy, donde cada uno de nosotros tiene una misión asignada. Treinta y dos páginas diarias, con ocho columnas motorizadas, equipadas a la perfección y con un cuadro de oficiales brillantes. El peso de la lucha lo lleva la 5ª división. Pero luego está esa 6ª con sus formidables ataques nocturnos que quitan el sueño a los fascistas. Y no hay que olvidarse de la 3ª y 4ª, las dos brigadas de choque que lanzan sus ataques de improviso, minando las posiciones facciosas cuando menos se lo esperan.

          –¿Usted en qué brigada forma?

          –Yo soy dinamitero.

          –¿Y Mario Mariani?[5]

          –Jefe de la brigada internacional. La Columna Garibaldi en persona.

          –Hablemos de otra cosa. ¿Ha recibido opiniones sobre su libro?

          –Sí. Me escribieron sobre él los “Cinco grandes”. Sanjurjo y Mola, desde el infierno, por avión. Los otros por correo ordinario.

          –¡No me diga!

          –Sí, señor. Vea.

          Y Roberto mete la mano en el bolsillo del saco, nos muestra unas cartas y nos las va leyendo.

          –La de Sanjurjo dice así: “Amigo Roberto: Aquí en el infierno, donde no se está peor que en Santiago del Estero,[6] me entero de la aparición de su libro. Hágame usted una gauchada,[7] envíeme unos ejemplares y prometo recomendarlo a los amigos”. Comprenderá usted que no le contesté. Él quería que yo le hiciese una gauchada, para hacerme él a mí una “sanjurjada”.[8] La de venderme el libro a mitad de precio, como hizo con la República. ¡Pero se quedó planchando![9]

          –Y Mola ¿qué le dice?

          –Mola es un literato y como todos los literatos siempre encuentra defectos. Y como todos los literatos, habla de los libros sin leerlos. Él mismo se confiesa en estas líneas finales: “Última advertencia: estoy dispuesto a leer sus ‘Charlas de café’ lo más pronto que sea posible”.[10]

          –Qué rico tipo. ¿Y Franco?

          –Dice que no tuvo tiempo de leerlas. Le disculpo porque tiene muchas botas que lustrar.

          –¿Al que le habrán gustado es a su amigo Queipo?

          –No lo crea. Escuche lo que dice: “He leído sus ‘Charlas’, y francamente, no sé qué le encuentran ahí a ese libro para que les haga tanta gracia. ¡Hip!... Usted es un estratega de café que las escribió sentado ante una mesa, como su tocayo el coronel.[11] Yo en cambio tengo que tomar “Cazalla” todos los días, a cuatro patas debajo de la cama. Pruebe a hacerlo usted y verá lo difícil que es empinar el codo en esa postura”.

          –¿Y el “Purrete”?

          –Me lo devolvió, diciendo que prefiere cuentos para niños. No debemos olvidar que es el general más joven de España.

          –¿Qué propósito le guio al escribirlo?

          –Salvar a España.

          –¿Lo consiguió?

          –¡Hombre! ¡Al menos hemos entrado en Teruel!

          –Entonces, ¿usted cree que la victoria se debe a su libro?

          –Exacto. Es más. Creo que si no fuese por la labor que realizamos aquí, en Buenos Aires, los hombres de retaguardia, ya se habría perdido la guerra.

          –¿Recibe oro ruso por su labor?[12]

          –Sí, pero poco.

          –¿Como cuánto?

          –¡Hombre!... Me pone usted en un aprieto... Vea. Tengo un amigo judío que algunas veces me paga el café.

          –¡Ojo! Que no se enteren en el Departamento.

          Roberto calla y mira receloso una valija que tiene junto a él. Señalándola nos dice:

          –Me acompaña a todos lados.

          Luego nos pide un consejo:

          –Unos amigos me han hablado de hacerme un homenaje. Una estatua, según ellos. ¿Usted que me aconseja?

          –Me parece bien. Otros con menos méritos que usted la tienen.

          –Sí, pero... Dígame. ¿Las estatuas se pueden deportar?[13]

          –Este... Yo creo que no.

          –Bueno. Entonces que me la hagan. ¡Pero en la capital! En la provincia no, por el fresco.

          –Una última pregunta. ¿Qué aconseja a los leales?

          –Que lean mi libro. Como digo en el prólogo, al escribirlo me propuse quitarles dos pesos de encima. Uno: su tristeza por el dolor de España. Otro: el que les cuesta comprarlo.

          –¡Caray! Qué rico tipo es usted. Entonces ese libro es un “plato”.[14]

          –No, señor. Es un libro.

          –Bueno. Lo que yo le digo. Un libro que es un plato.

          –Y... Otros hacen a la inversa. Un plato que es un libro.

          –¿Cómo?

          –Sí, señor. “El plato único o la vida de un mangante en Buenos Aires”.[15]

          –Algo había oído hablar de él. Se vende mucho.

          –Pssst... Para ir mal comiendo.

          Nos despedimos. Roberto nos tiende la mano y, al estrechársela, interrogamos:

          –¿Cuáles son, a su entender, las mejores páginas?

          –Las que no son mías. El prólogo del cónsul, don Manuel Blasco Garzón.

          –Este es su primer libro. ¿Volverá a escribir otro?

          –¡Nunca!

          –¿Y?...

          –Por lo mismo que no volveré a hacerme otro traje blanco. Porque hay que mandarlo a limpiar todos los días. ¡Usted no sabe cómo me lo devuelven los fascistas que lo compran!

*

          No me digan nada, porque ya sé lo que van a decirme. Que todavía están muriéndose de risa por lo de Teruel.

          –¿Se acuerda usted de Guadalajara?

          –¡Bueno! Pero esto es mucho más gracioso. ¡Con decirle a usted que se me ha hecho callo en el diafragma de tanto reírme...!

          Todos los fascistas huidos que hay en Buenos Aires, preparando las valijas para volver a la España “nacionalista” a chupar del bote, y de pronto, ¡zas!, los “amantes de Teruel”[16] que empiezan a dar vivas a la República.

          Hace muchos años, en Bilbao, iba a jugar el “Athletic” un partido contra los checos. Era la época de oro del fútbol español, cuando el “Athletic” salía campeón de España y ganaba copas de plata,[17] que tiene ahora que entregar “voluntariamente” para reforzar las finanzas nacionalistas. Por aquel entonces, a raíz de sus triunfos en la olimpiada de Amberes, los vascos se creían los mejores jugadores del mundo, y en invierno, sobre el “barrillo” de San Mamés perfectamente imbatibles.[18]

          Y salieron a la cancha a dar un paseo y a dárselo a los checos, unos hombres rubios, pequeñitos, con cara de bobos y gestos tímidos. A su lado, aquellos mozarrones vascos destacaban imponentes.

          –¡Ché, Arrate! –gritaba un hincha  –. ¡No les hagáis daño a los chicos!

          Y otro:

          –¡Belausteee! ¡No vayas a llenarles las valijas de goles!

          Arrate, Belauste[19] y todos los compañeros de equipo sonreían al público con aire sobrador. “Bueno: les darían una lección de fútbol a aquellos checos chicos, y cuatro o cinco goles para que contasen en Praga cómo saben los pepinos vascos”.

          Empezó el partido. Los vascos, seguros de su triunfo, no se empleaban a fondo. Los checos, en cambio, desarrollaban un juego magnífico de pases cortos de técnica perfecta. Y vino el primer goal... de los checos.

          –¡Vamos, muchachos! ¡Media docenita para que aprendan a respetar a los mayores!

          Los vascos sonreían y seguían sobrando a los contrarios. Y vino la media docenita. ¡Pero de los checos! Y luego otra media docenita. ¡Pero de los checos también!

          Con doce a cero y a las patadas terminó el partido.[20] Y los vascos agarraron tal bronca, que muchos emigraron a Buenos Aires a vender leche.

          Lo mismo que van a tener que hacer ahora los “nacionalistas” de España, después del peludo[21] de Teruel.

          ¡Cómo se va a poner este Buenos Aires, señor mío!

          Habrá que hacer otro proyecto de “derecho de asilo”. O nombrar otra comisión para combatir la langosta...[22]

          Ahora. ¡Ahora van a saber ustedes, amigos porteños, lo que es la langosta española! Al lado de ella, el amigo “Wimpy”[23] es un desnutrido.

          ¡Doce a cero! ¡¡Ay, que me troncho!!

 

¡Nochebuena y en Teruel!

Habrá que darse un banquete

pero no arméis mucho ruido

que está dormido “El purrete”.

 

Ande, ande y ande

la marimorena,

ande, ande y ande

¡que la hiciste buena!

*

          Argentina que adora a España. –¿No le dije? Ya están en España a escobazos con la langosta. Prepárese a escobazos con la langosta. Prepárese usted, porque habrá que echarla de aquí también. Encantado de firmarla[24] el libro. Venga a verme de 12 a 1.

          “Nacionalistas” que me escriben anónimos. –Les digo igual. Vengan y les pondré una sentida dedicatoria. ¡Por lo de Teruel!

 

[1] En un atrevido golpe de mano del 15 de diciembre de 1937 el Ejército Popular lanzó un ataque a Teruel y para el día de Navidad –ante el júbilo incontenible de la propaganda republicana– ya había tomado control de la ciudad. A finales de diciembre, comenzó una contraofensiva franquista que se llevaría a cabo durante los dos meses siguientes en condiciones meteorológicas extremadamente adversas. El 22 de febrero de 1938, el ejército de Franco reconquistó la ciudad.

[2] El 6 de julio de 1937, en la parte superior de su segunda página, Crítica cambió su sección “Hoy”, que antes ofrecía un registro de breves noticias, entregándola cada día a un humorista distinto del periódico. La popularidad de “Roberto” había alcanzado tal extremo en esas fechas, que desde el 28 de ese mes le pidieron que se encargara diariamente de la sección.

[3] “Barba elettrica” fue el apodo del general Annibale Bergonzoli.

[4] Juan Pablo de Lojendio (1906-1973) llegó a Buenos Aires a finales de 1936 como representante oficioso del Gobierno de Burgos con la tarea de unificar los esfuerzos de la colonia española profranquista en Argentina. Véase el capítulo “Los ‘Incontrolados’”.

[5] El novelista italiano Mario Mariani (1883-1951), que vivía exiliado en Buenos Aires desde 1925, fue el periodista de Crítica –junto a “Roberto”– que más escribió sobre la guerra española.

[6] La provincia de Santiago del Estero, en el noroeste de Argentina, sufrió una dura sequía, con consecuencias sociales catastróficas, durante los últimos meses de 1937.

[7] Gauchada: “Arg., Bol., Chile, Par., Perú y Ur. Servicio o favor ocasional prestado con buena disposición” (rae).

[8] Referencia al fallido golpe de Estado contra la República que lideró el general José Sanjurjo el 10 de agosto de 1932.

[9] Planchar: “intr. coloq. En algunas fiestas de corte tradicional, quedarse una mujer sin bailar por no haber sido invitada a hacerlo” (dha).

[10] Recuérdese el “ultimátum de Mola” en el capítulo “Mi aportación al ‘Libro Blanco’”.

[11] Recuérdense las alusiones al coronel retirado Carlos A. Gómez en el capítulo “La disparada de Guadalajara”.

[12] Como es lógico, tanto los franquistas de la colonia española como los nacionalistas argentinos, profundamente anticomunistas, veían rastros del “oro ruso” en cualquier persona u organización simpatizante de la República.

[13] La Ley de Residencia, promulgada en 1902, permitió la expulsión de inmigrantes sin juicio previo. Durante los años treinta, esta ley y una serie de nuevos decretos fueron empleados para intentar controlar o impedir la inmigración de antifascistas y judíos considerados “indeseables”.

[14] Ser un plato: “coloq. Ser algo muy divertido o motivo de risa” (deda).

[15] Véase el capítulo “Los ‘Incontrolados’”.

[16] Alusión a la leyenda del trágico amor del siglo xii entre los turolenses Isabel de Segura y Juan Martínez de Marcilla.

[17] El Athletic Club de Bilbao ganó la copa del Rey en los años 1903-1904, 1910-1911, 1914-1916, 1921, 1923 y en cuatro años sucesivos entre 1930 y 1933 y fue campeón de liga en las temporadas 1929-30, 1930-31, 1933-34 y 1935-36.

[18] En el campeonato de fútbol de los Juegos Olímpicos de Amberes, de 1920, Checoslovaquia perdió en la final.

[19] Parece que “Roberto” se equivoca. El Athletic Club tenía en el mediocampista José María Belauste (1889-1964) a una de sus grandes figuras. El defensa Mariano Arrate (1982-1963), en cambio, fue la estrella de los grandes rivales de Athletic: la Real Sociedad de Fútbol.

[20] Es probable que “Roberto” se esté refiriendo al partido contra el Slavia Praga que se jugó en San Mamés en diciembre de 1923 y terminó con el resultado 2-9. En el breve reportaje del diario ABC, se informa que "el Athletic tuvo toda la tarde el santo de espaldas, estando muy desacertado" (Madrid, 25 de diciembre de 1923). Patxi Xabier Fernández Monje, en su Historia del fútbol vasco. Athletic Club, registra que el resultado final fue, en realidad, 0-9 (2002: 77).

[21] Peludo: sorpresa. Como peludo de regalo: “coloq. De sorpresa e importunamente” (dha).

[22] La provincia de Buenos Aires sufrió una plaga de langostas a comienzos de noviembre de 1937.

[23] Wimpi era el amigo gordo de Popeye, amante de las hamburgueses, en la ya muy popular tira cómica de Elzie Crisler Segar.

[24] Un último laísmo de “Roberto”.