Proyectos de Investigación

«Con descuido cuidadoso»: el universo del actor el tiempos de Cervantes

La profesionalización de la actividad teatral en la España del Renacimiento constituyó una de las revoluciones más importantes de la historia del arte, ya que supuso una liberación del artista con respecto al gusto de un único mecenas que imponía, lógicamente, la obligación de agradarle. Los criterios estéticos tuvieron que flexibilizarse y adaptarse para satisfacer las apetencias del numeroso y heterogéneo público que llenaría los corrales de comedias. Por primera vez en la historia se le planteaba al artista la posibilidad de vivir de su trabajo sin la necesidad de someter su ingenio al antojo de un protector. No había que agradar ahora a una persona o a sus adláteres, sino a muchas y muy dispares, con el potencial creativo que ello implica. No fueron pocos los que decidieron probar fortuna ante un panorama que en seguida dio muestras de una notable prosperidad. A muchos de ellos, dramaturgos, el destino les deparó un puesto más o menos relevante en nuestra historia cultural; a otros, los actores y actrices que levantaron sus textos del papel y los subieron a los escenarios, el más absoluto de los olvidos. Sin embargo, la revolución que desembocó en la creación de la comedia nueva española, nuestro aporte más significativo a la cultura universal, no hubiera podido llevarse a cabo sin el imprescindible concurso de los miles de actores  y actrices que dieron vida a los personajes que imaginaron nuestros dramaturgos.

Cuando nace Miguel de Cervantes, a mediados de la década de 1540, el oficio de actor está viviendo su definitivo proceso de profesionalización, que será crucial en el desarrollo del teatro español del Siglo de Oro en su conjunto. Por aquellos años, y los subsiguientes, una figura de la magnitud de Lope de Rueda da muestras evidentes en su manera de gestionar su actividad teatral de que el oficio de actor se ha convertido ya definitivamente en una profesión. Al final de su vida, cuando se había visto superado y derrotado por el modelo dramatúrgico implantado bajo el liderazgo de Lope de Vega, el genio de Alcalá de Henares recordaba con cariño y nostalgia, en el «Prólogo al lector» de sus Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados (1615), que siendo muchacho había visto a Rueda, y no sólo le ensalzaba a él, sino también al tipo de teatro que hacía, en cuya necesaria sencillez entendía una esencia, un alma, que había ido desapareciendo con el paso del tiempo y el inevitable aumento de las expectativas de un espectador cada vez menos inocente. A diferencia de nosotros, Cervantes no sólo recuerda la faceta de dramaturgo de Lope de Rueda, sino, de manera especial, su actividad como actor. De hecho, eso es lo primero que dice recordar: haberle visto representar. Lo más probable es que empezara su carrera en el mundo del teatro siendo actor, para luego dedicarse a otras labores, entre ellas, la de dramaturgo, que es la que le ha deparado un lugar en el Olimpo literario.

Resulta llamativo y sugerente que alguien como Cervantes, que perdió el tren de la comedia nueva al no poder adaptarse a sus dictados, nos dejara la que es, en mi opinión, la más lúcida y precisa explicación de todo nuestro Siglo de Oro de en qué consiste la interpretación actoral, sólo a la altura de las que William Shakespeare (actor antes que nada, no lo olvidemos), filtra en algunas escenas de la sublime Hamlet. Cervantes lo hace en boca de uno de sus personajes teatrales más célebres: Pedro de Urdemalas. Éste, en la Jornada tercera de la obra a la que da nombre, decidido a probar suerte como actor verbalizará una serie de recomendaciones teóricas que, sin miedo a exagerar, resultan asombrosamente stanislavskianas. Como una especie de epítome de todas ellas afirmará que la clave de una buena interpretación radica en encargar al personaje «con descuido cuidadoso», recurriendo a un típico juego barroco de contrarios. Puede que Cervantes no supiera cómo adaptarse a unos modos dramatúrgicos nuevos y alejados de la tradición, pero entendía perfectamente cómo debía un actor o una actriz transformarse en su personaje para hacerlo creíble, vivo, natural, emocionante. No es que me sorprenda esta muestra de lucidez, de genialidad y de modernidad en Cervantes, obviamente, pero sí que la exponga en un género en el que no dio muchas muestras de ellas, si exceptuamos, claro está, sus entremeses. La exposición «Con descuido cuidadoso»: el universo del actor en tiempos de Cervantes propone al visitante un completo recorrido por el mundo del actor español en el momento más importante de nuestra historia teatral: los Siglos de Oro. Y lo hace destacando aquellos textos en los que Miguel de Cervantes se detiene en la realidad del actor de su época. A través de un itinerario que comienza a principios del siglo XVI y finaliza en la actualidad, el visitante descubrirá cómo surgió la profesión de actor en España y Europa, quiénes fueron y cómo vivieron estas personas, cuáles fueron sus influencias, cuál fue la consideración social del colectivo en la época, qué importancia tuvieron en la conformación de la comedia nueva, cómo funcionaban las compañías de cómicos, qué sabemos de su manera de actuar, de sus rutinas diarias, de sus obligaciones profesionales, de su nivel de vida, de sus venturas y sus miserias, cómo se convirtieron, incluso, en materia teatral. El recorrido terminará más de tres siglos después, ya que repasaremos también los montajes teatrales más significativos que, desde la década de 1980, han tenido a nuestros actores auriseculares como protagonistas.

 

Francisco Sáez Raposo
COMISARIO DE LA EXPOSICIÓN.

 


Anónimo, Alegoría de la Vanidad
o Retrato de La Calderona
Primer tercio del siglo XVII. 
Monasterio de las Descalzas Reales, 
Patrimonio Nacional.