Noticias - ECOFICCIONES: CINE Y CRISIS CLIMÁTICA

Okja (2017) Ese túnel sombrío entre el animal y la carne

7 oct 2023 - 01:12 CET

Mientras viva seguiré informando y sensibilizando acerca

de la verdadera naturaleza de los animales, su capacidad

de sufrimiento y nuestras responsabilidades para con ellos.

Seguiré denunciando la experimentación animal, la agricultura intensiva,

la industria peletera, las trampas, la caza deportiva,

la explotación de animales en la industria del espectáculo,

su explotación como bestias de carga y como animales de compañía.

Jane Goodall

 

  • País: Corea del Sur
  • Dirección: Bong Joon-ho
  • Guión: Bong Joon-ho

 

Okja es una película de aventuras amable en la que se cuenta la historia de un cerdo gigante alterado genéticamente, que ha sido entregado a una familia coreana formada por un abuelo y una niña adolescente (Mija) para que lo críen. El animal es el experimento de una empresa americana de procesamiento de carne, que espera poder hacerse con el mercado internacional. La empresa arrebata el animal a la niña y lo lleva a Estados Unidos como su mejor baza publicitaria. Mija, que ha desarrollado unos sólido lazos afectivos con el animal, los sigue, y por el camino se verá ayudada por activistas del Frente de Liberación Animal.

Esta cinta es un proyecto del exitosos director coreano Bong Joon-ho -quien también guioniza y monta la película-, un creador al que le gusta situarnos frente a realidades incómodas, usando la sátira y el humor negro. Okja, sin embargo, es más que eso: una extraña mezcla de emocionalidad dulzona y sentimiento trágico de la vida. En ella encontramos la satisfacción de un final feliz para los personajes principales, pero sentimos también la amargura de ver a los otros animales bonachones hacinados para el sacrificio final. Mija consigue volver con su cerdo a casa, pero antes tiene que ver el enorme sufrimiento producido a los congéneres de Okja en un matadero industrial. No hay una alegría total al final de la película, hay sólo un consuelo individualista, por no decir que poco revolucionario. Esta representación de sufrimiento animal en masa que continúa pese al final feliz de la trama, podría ser la conclusión crítica del director: las violencias las padecen los individuos, pero también los grupos. Los primeros pueden salvarse sin los segundos, pero eso no es transformador ni deseable para crear un mundo justo.

La película es polémica, pese a su aire de cuento infantil, porque plantea un problema ético extraordinariamente incómodo: ¿cómo transformamos en ‘carne’ a animal vivos y sintientes, que en son tan parecido a nosotros? Algo malo hace la cultura con nosotros cuando nos convierte en grandes comedores de carne, sin que sintamos remordimientos ni empatía con los animales que devoramos. Podemos mirar a los ojos de cualquier animal doméstico y enternecernos al pensar en todo lo que tenemos en común, identificarnos con ellos a través de cuentos y películas de lobos y cabritillos, de cerditos y pececitos, pero no dudamos en comérnoslos, olvidando su sufrimiento. El caso es que comer carne tan a menudo como lo hace la mayoría de la gente, es totalmente innecesario. Nuestros cuerpos serían incluso más sanos si limitásemos la ingesta de carne animal.

El tema de la dieta es siempre un tema incómodo, pero como dice Marta Tafalla, debemos reconocer una realidad: el consumo de alimentos de origen animal es la causa principal de la extinción de especies en la actualidad, así como la emisión mayor de gases de efecto invernadero. La dieta humana a base de carne es demasiado costosa para nuestro medio natural, y se base en una contradicción inasumible para el planeta. Si observamos cualquier ecosistema, los animales carnívoros son mucho menores en número que los herbívoros, pero los humanos queremos dos cosas contradictorias: tener poblaciones grandes, pero alimentarnos de carne. Esa contradicción está arrasando con la biosfera, porque una dieta de tantas personas sustentada sobre el consumo de carne es simplemente imposible de mantener en el tiempo.

 

El animalismo y el feminismo

 

No podemos decir que Okja sea una película en favor del vegetarianismo o el veganismo, pero sí podemos calificarla de “animalista” en un sentido amplio tal como lo define el Diccionario de la Real Academia Española: “Movimiento que propugna los derechos de los animales”. Este concepto es complejo, porque engloba distintas posiciones éticas y prácticas políticas, como el rechazo a cualquier utilización de animales para la experimentación, su uso en espectáculos o para producir derivados que van desde la carne a las pieles. ¿Cuál es la base de este rechazo? Una teoría de la igualdad radical de todos los seres vivos, respecto a su integridad física y moral.

 “Todos los animales somos iguales”, es la máxima del exitoso libro Liberación Animal de Peter Singer publicado en 1975, en el que recordaba lo relacionadas que estaban las luchas de la liberación de las mujeres y la de los animales. Cuando Mary Wollstonecraft publicó su trabajo Vindicación de los derechos de la mujer en plena Revolución Francesa en 1792, había un ambiente revolucionario que permitió que el libro fuera relativamente bien recibido por algunos intelectuales, aunque otros reaccionaron de forma furibunda. Thomas Thaylor escribió un libelo satírico, Una reivindicación de los derechos de los brutos, burlándose de las pretensiones de ciudadanía de las mujeres equiparándolas a los animales. Sin querer, abrió así la puerta a la reivindicación de derechos para los animales, basados también en la idea de la igualdad radical desarrollada en los escritos ilustrados; una idea sin embargo traicionada conforme iba avanzando el proceso revolucionario. Varones pobres y mujeres se quedaron sin derecho políticos, por eso los movimientos sociales del siglo XIX y principios del XX pueden ser leídos como motor de la historia. La reivindicación de los derechos de los animales ha estado también presente en ese largo proceso, y muchos países europeos han desarrollado leyes de protección y reconocimiento de los animales como seres sintientes.

Los orígenes del vegetarianismo, sin embargo, son más antiguos que la Revolución Francesa. En una corriente paralela a las ideas dominantes, han existido siempre personas que se han negado a comer carne por razones éticas. De hecho, la palabra “vegetariano” no se usa hasta 1847, y la palabra “vegano” hasta 1944. Las personas que anteriormente rechazaban la ingesta de carne recibían el nombre de “pitagóricos”, ya que se conocía la tendencia de este grupo de pensadores griegos a llevar una dieta sin carne. Otras figuras históricas como Agustín de Hipona o Francisco de Asís dejaron testimonio del repudio a comer animales. También Leonardo da Vinci explicó su negativa a comer carne (si bien no se negaba al pescado), en sus Cuadernos literarios del siguiente modo: “Si eres, como has escrito, el rey de los animales (…) ¿por qué no ayudas a los otros animales, salvo para que puedan darte sus crías en beneficio de tu glotonería?”. Su argumento es el mismo que el movimiento animalista refirma en la actualidad: la empatía con el sufrimiento. El poeta inglés Percy B. Shelley escribió también Una vindicación de la dieta natural (1813), en la que afirmó que la infelicidad humana se debe a la ingesta de otros animales. Su trabajo concluye: “Nunca tomé ninguna sustancia en el estómago que una vez tuvo vida”. Este trabajo es especialmente interesante para nosotros porque nos conecta con las prácticas animalistas de muchas mujeres del siglo XIX. Su propia esposa, Mary Shelley, fue también vegetariana como parece ser que lo fue su madre Mary Wollstonecraft.

Y es que en la lucha en favor de los derechos animales participaron muchas mujeres en todo el siglo XIX. En la actualidad continúa la feminización del movimiento animalista, si bien este hecho no aparece reflejado en la película de Okja, en la que vemos una sola mujer participando en el rescate del animal entre cuatro varones (el cine tiene estas cosas tan patriarcales). Por eso, no es anecdótico que la primera persona que escribe una novela utópica en la que se desarrolla una tecnología para crear carne artificial que libere a los animales del sufrimiento, fue la escritora inglesa Mary E. Bradley en su obra Mizora: una profecía. El animalismo de las sufragistas inglesas y americanas es bien conocido, sobre todo relacionado con la lucha de la práctica terrible de la vivisección. Margaret Fuller, Emma Goldman, Lucy Stone o Charlot Perkins Gilman, son ejemplos de una de las ideas básicas del animalismo: no sacrificar animales para nuestros intereses es una forma activa de reducir la violencia en el mundo.

En este sentido Carol J. Adams publicó en 1990 el libro más influyente en el análisis de la relación estrecha que existe entre el acto de comer carne y el sometimiento de las mujeres en nuestra cultura patriarcal en el texto, La política sexual de la carne: una teoría crítica feminista vegetariana que consiguió una gran repercusión en todo el mundo. En este trabajo estudia la relación histórica entre el poder masculino y el consumo de carne: “Las personas poderosas siempre han comido carne”; la carne como distinción, como una mitología de clase, y sobre todo como símbolo del poder: “Un alimento viril y protector”. En nuestra cultura un hombre que no come carne es percibido como desvirilizado.

En la película es muy interesante la escena en la que Okja permanece encerrada en el laboratorio del matadero, y el Dr. Jonny, científico famoso por sus programas de televisión, se ve obligado a extraer trozos de carne de Okja para que unos catadores profesionales la prueben. Es una escena en la que aparece totalmente borracho, llorando por tener que obrar la transformación por su propia mano del animal en “carne”. Es una escena totalmente anti-heroica, en el que el doctor se ve desprovisto de toda valoración ética frente al grupo de hombres que le observa en la distancia. “No debería estar aquí. Yo soy amante de los animales” grita mientras que como espectadoras sentimos que la acción cruel llegará sin duda y los trozos de carne serán arrancados del animal indefenso.

Pese a toda esta tradición, las posturas en favor de los derechos de los animales, sigue causando todavía hoy una gran indignación en mucha gente. ¿Por qué? Seguramente porque en nuestra cultura, el hecho de reconocer que somos seres muy parecidos a los animales es una idea perturbadora que mucha gente interpreta como un descenso en la escala natural y en el orden de poder en el mundo. El problema no está sólo en si tomamos o no la decisión de comer carne, o si utilizamos a los animales para nuestros fines humanos, sino en reconocer que no tenemos ningún privilegio en la vida del planeta. Si a esto añadimos el haber sido capaces de desencadenar una nueva era geológica: el Antropoceno, caracterizada por el destrozo del medio a base de la sobreproducción industrial, podemos entender que la postura animalista molesta porque va más allá de salvar a los animales de situaciones injustas. Reconocernos como seres vivos en igualdad con el resto de los seres vivos, con los que compartimos el espacio común y limitado que es este mundo, supone que hemos comenzado a entender que hemos creado un androcentrismo tóxico. Y esto ofende, porque hemos sido educados en la máxima bíblica de que “Dios puso al ser humano en medio de la naturaleza para dominarla”, una máxima que hoy parece haberse transformado en “Y Dios puso al ser humano en medio de la naturaleza para destruirla”.

 

El especismo y la capacidad para sentir dolor

 

En 1970 el psicólogo inglés Richard D. Ryder acuñó el término ‘especismo’ para explicar el mecanismo mental por el cual los humanos nos situamos por encima de los animales: la ordenación científica en jerarquías del mundo natural produce este efecto colateral, al ordenar la vida en especies más desarrolladas que otras en el proceso evolutivo. Pero, pertenecer a una especie no tiene en sí mismo un significado moral intrínseco. ¿Qué hace que los humanos nos podamos sentir por encima de los animales? Descartes decía que somos superiores porque podemos razonar: “La razón y el juicio es la única cosa que nos hace hombres y nos distingue de los animales”, por eso para él los animales eran simples máquinas, se los podía abrir en canal para estudiar su cuerpo, y los gritos que emitían eran entendidos por el filósofo como simple chirridos de una máquina.

Esa máxima cartesiana dio legitimidad al nuevo poder de los seres humanos sobre la tierra, que se lanzaron a la colonización de todo lo que se calificó de ‘irracional’: los pueblos indígenas, las etnias consideradas no blancas, los animales salvajes, etcétera. Pero el principio de racionalidad cartesiana no explica por qué no hemos conseguido detener nuestra depredación suicida del mundo natural que nos está llevando a la destrucción del planeta; parece que no somos tan ‘razonables’ como especie, ya que estamos resultando ser sobre todo destructores de la diversidad de la vida. Por todo eso, nuestras bases éticas para poder sobrevivir deben ser otras. Desde ese lugar podemos volver a preguntarnos: ¿Qué da la consideración moral a un individuo? Desde la ética animal la respuesta es: sentir dolor. Todos los animales humanos y no humanos tienen esta característica común que debe ser la clave de nuestra relación con ellos. La profundización en nuestras aspiraciones de igualdad y felicidad requiere hacerlos extensivos a los animales no humanos.

En Okja la capacidad de sentir dolor tanto físico como moral, es la que permite entender el vínculo empático que se produce entre Okya y Mija, pero también el que se establece entre espectadores y personajes cuando vemos la película.  Al principio, Okja y Mija comparten una vida en libertad en las frondosas montañas de Corea del Sur, totalmente ignorantes de los procesos empresariales o industriales del mundo. El animal es lo que es: un mamífero identificado como un cerdo pero que tiene cara de hipopótamo y ojos extraordinariamente inteligentes. Ha sido creado genéticamente para poder alimentar a la humanidad entera, tal como afirma la dueña de la empresa Mirando (Tilda Swinton). Pero la realidad de la crianza en libertad de Okja no es la misma que la que viven los otros animales de la nueva especie, que dejarán de ser un experimento de vida en libertad para convertirse en simples objetos industriales.

 

Animales en procesos de industrialización

 

La historia entra de lleno en el debate relativamente reciente que existe en torno al maltrato al que son sometidos los animales en las granjas industriales, un debate que no debería dejar a nadie indiferente. Cuantificar el enorme sufrimiento animal alrededor del planeta no es algo fácil, porque las cifras de los animales esclavizados son tan enormes, que son difíciles de retener. Daré algunos datos para dimensionar de alguna manera el problema. Por ejemplo, sólo en España (Datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación) en el año 2020 fueron sacrificados 910 millones de animales de este tipo de empresas, que además confinan miles de animales en espacios reducidos, sin contacto con el exterior, sin movilidad, recibiendo antibióticos, vacunas, plaguicidas, suplementos vitamínicos y hormonas para que crezcan rápido.

Esta forma de explotación animal nos enfrenta como seres humanos a problemas éticos: ¿qué derecho tenemos a causar tanto sufrimiento?, pero también sociales y medioambientales. Por ejemplo, las macrogranjas compiten con la ganadería tradicional al bajar los precios de la carne y de los derivados, haciendo que los pequeños ganaderos no puedan competir con ellas. Hoy hay más de tres millones más de animales domésticos que en el año 2015, pero once mil granjas menos, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Además, el impacto ambiental es enorme: emisiones de metano y amoníaco contadas en miles de toneladas a la atmósfera, la contaminación del agua y el suelo, por no hablar de los malos olores que incomodan a las poblaciones cercanas a las explotaciones. En Cataluña, por ejemplo, siete de cada diez acuíferos están contaminados. ¿Cómo se pueden gestionar los desechos de 30 mil cerdos hacinados sin provocar daño al entorno natural?

Lo que da bastante miedo es pensar que este modelo de explotación animal existe desde hace poco tiempo, ya que se desarrolló después de 1945 cuando se consiguió aumentar la producción de antibióticos y vitaminas en el mundo, lo que permitió que los animales pudieran vivir en condiciones pésimas, incluso sin luz solar. Gran Bretaña, el país que más gente había luchado por el bienestar animal durante los siglos XIX y XX, permitió en una nueva Ley de Agricultura de 1947, el uso de estas nuevas técnicas de producción de carne. El problema añadido es que la masificación y la explotación de animales en granjas industriales no deja de crecer. Como vemos en le película, los intereses comerciales, se ponen por delate de cualquier consideración ética o moral.

El consumo de carne es además uno de los ejemplos de hasta qué punto estamos globalizados, y de cómo las malas prácticas de consumo del mundo rico inciden de forma negativa en los países más pobres. Para que cada persona en Alemania pueda consumir sus sesenta kilos de carne anuales, hay que deforestar amplias zonas de bosques en otros países como Brasil o Argentina. Con la deforestación muchas poblaciones ven alteradas sus formas de vida tradicionales y se produce una pérdida de biodiversidad en las tierras dedicadas a la producción extensiva de pastos para el ganado. La carne del mundo rico empobrece a millones de familias en el mundo.

 

El activismo animalista

 

Otra cuestión interesante y hasta cierto punto ambigua de la película es la representación de los activistas que ayudan a liberar a Okja. Se trata de un grupo formado por una mujer y cuatro varones jóvenes que declaran pertenecer al Frente de Liberación Animal, y que el director de la película trata con cierta ironía y afecto. Se agradece, porque es muy fácil encontrarnos en el cine comercial y en los medios de comunicación en general representaciones de activistas climáticos como auténticos terroristas. Bon Joon-ho los trata de forma amable y empática, a pesar de que hay una escena que llama la atención porque altera el sentido de los personajes, cuando el líder del grupo de jóvenes, Jay, que es caracterizado pulcramente vestido con traje y corbata, y con un vocabulario refinado y amable, reacciona de forma imprevisiblemente violenta contra un compañero que engaña al resto del grupo sobre los deseos de Mija. No se justifica este comportamiento en personas que tienen la no violencia como norma básica de sus acciones. Tampoco la figura del jefe del grupo se corresponde con las estructuras horizontales en las que se mueven estos colectivos; como resulta también exagerada y ridiculizada la figura de uno de los activistas que directamente casi no come por no perjudicar el planeta.

En la película los ayudantes de Mija y Okia son activistas del Frente de Liberación Nacional, una organización internacional que existe en la vida real y que utiliza la acción directa no violenta para concienciar sobre el maltrato animal. La organización ha reivindicado acciones como liberaciones de animales en granjas o en centros de investigación desde su fundación en 1976, y han despertado una gran animadversión siendo calificados como ‘terroristas’. Es un grupo que se define como una estructura abierta no jerárquica, lo que supone que cualquiera que desee realizar una acción no-violenta en contra de la explotación animal, puede utilizar sus siglas. Esta organización ha sido catalogada como altamente peligrosa por las fuerzas de seguridad y gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra. Sus acciones se han dirigido contra los criaderos industriales, la caza de focas, los laboratorios, etcétera, y por ello son denunciados sistemáticamente por ataques a la propiedad privada, pero nunca han atacado la integridad física de ninguna persona. En el año 2005 el FBI americano declaró que “El movimiento eco-terrorista ha dado lugar y notoriedad a grupos como el Frente de Liberación Animal y el Frente de Liberación de la Tierra. Estos grupos, existen para cometer actos graves de vandalismo y hostigar e intimidar a los propietarios y empleados del sector empresarial”, declarándolos una de las “amenazas terroristas más graves para la nación”. No deja de ser irónica la demonización, cuando la única muerte que se ha producido en sus acciones ha sido la del activista británico Barry Horne, que en 2001 falleció como consecuencia de las huelgas de hambre que mantuvo durante una condena de dieciocho años por haber incendiado una empresa.

¿Y qué pasa con el género? De los cinco activistas cuatro son hombres, cuando en la vida real la sensibilidad animalista está sostenida por las mujeres. Isabel Balza y Francisco Garrido analizaron la presencia cuantitativa de mujeres en organizaciones de este tipo en el estado español, a partir de una postura ecofeminista que implica aceptar que existe un vínculo inexorable entre el patriarcado y la explotación ecológica. Sus conclusiones fueron que las mujeres están más presentes proporcionalmente en las organizaciones animalistas que en cualquier otro tipo de organización ecologista o social. La conclusión a la que llegan es muy interesante: no importa tanto el dato de que haya muchas mujeres militando, como darle vuelta a la cuestión y preguntarnos por qué en las asociaciones animalistas hay tan pocos hombres (74% de mujeres - 24% de hombres). La respuesta en compleja, y tal vez tiene que ver con lo que decía en su estudio Carol Adams de que “comer carne es poder”. Que el creador de la película ponga más varones que mujeres en la acción cinematográfica significa que sigue existiendo una relación entre la masculinidad y el poder para cambiar las cosas. Esta puesta en escena en favor de la heroicidad masculina se ve compensada con los actos de la protagonista: Mija, una niña resuelta que mueve la acción y consigue sus objetivos.

Otro tema interesante que deriva de la película es la pregunta sobre cómo está incidiendo la ganadería en la diversidad animal en todo el planeta. Estamos viviendo una extinción masiva de animales salvajes, mientras los animales encerrados y maltratados han aumentado en millones cada poco tiempo. Y no es cierto que esto ocurra porque necesitamos alimentar a una enorme población humana, ya que gran parte de la carne producida de forma industrial es consumida en el norte global. Es lamentable que desde la II Guerra Mundial el sufrimiento animal haya crecido terriblemente. Sin embargo, por lo menos ahora mismo ha comenzado a popularizarse una actitud mucho más responsable respecto al consumo de carne, y mucha gente joven se ha ido sumando a los movimientos animalistas. Es esperanzador que el 8 de agosto de 2022, algunas líneas aéreas como Egyptair o Kenya Airlines, se hayan negado a transportar animales vivos para la investigación, y lo es también que en España se haya presentado por fin al Parlamento un Proyecto de Ley de protección, derechos y bienestar de los animales en septiembre del 2020. Una ley positiva, pero que deja fuera de la protección a perros de caza. ¿Por qué? Es una forma de seguir reconociendo que los seres humanos tenemos derecho a utilizar a los animales poniéndolos a nuestro servicio.

Okja es una película agradable, pero inquietante, porque su final nos deja un sabor amargo. Cuando parece que en la narración todo se ha arreglado como en la típica película de aventuras con final feliz, aparece el horror del matadero industrial y el cuadro sombrío de la mirada sensible de los animales sufrientes. Okia y Mjia consiguen volver al hogar perdido, pero el horror espera a sus congéneres, seres creados de forma artificial para satisfacer la glotonería del mundo. Es como si el director y creador de la historia se complaciese en darnos un final feliz, al mismo tiempo que siembra en nosotros la inquietud de un futuro en el que la esclavitud animal sea cada vez más y más grande. Ojalá las generaciones más jóvenes no quieran seguir cerrando los ojos ante ese proceso de transformación macabra entre el animal y la carne.

 

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-Andreatta, M. M.; Pezzeta, S.; Rincón Higuera, E. (2017) Crítica y animalidad. Cuando el Otro aúlla,  La Plata, E.L.E.Estudios Críticos Animales.

-Riechmann, J. (2022), Simbioética: Homo sapiens en el entramado de la vida, Editorial Plaza y Valdés Editores.

-Tafalla, M. (2019), Ecoanimal: Una estética plurisensorial, ecologista y animalista, Plaza y Valdés Editores.

-Velasco Sesma, Angélica (2017) La Ética Animal: ¿una cuestión feminista?, Madrid, Alianza.

-Xi Deutsche Welle Atlas de la carne. Hechos y cifras sobre los animales que comemos. Fundación Heinrich Böll Stiftung y Le Monde diplomatique, 2014.

Okja (2017) Ese túnel sombrío entre el animal y la carne - 1

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