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La imagen herida

Carlos Saura

 

Texto para el doctorado “Honoris Causa” de la Universidad Complutense de Madrid del día 27 de Enero del 2014

 

Quisiera ante todo agradecer el doctorado Honoris Causa, más si cabe por venir de la Universidad Complutense de Madrid. Gracias  a todos los que se han acordado de mí y gracias en mi nombre y en el del cine español que de alguna manera ahora represento. 

Yo he dividido una parte de mi vida entre dos  pasiones: la fotografía y el cine. Con la fotografía aprendí a ver la realidad con ojo selectivo, con el cine aprendí a contar historias, músicas, y bailes.

Cuando era joven quise captar la realidad  de mi país con mi cámara fotográfica. Con ella en ristre  viajé y visité pueblos y ciudades, campos y montañas, mares y ríos. Con la cámara en bandolera, siempre dispuesta, he paseado buscando en los demás un reflejo de mí mismo: niños, mujeres y hombres que me miraban con curiosidad, rostros arrugados o tersos, hermosos paisajes... Necesitaba ese vagar por el país para conocerlo mejor y para reconocerme. Pero me faltaba algo. Encontré lo que buscaba a través de la escritura y del cine. Sobre todo del cine, que sintetizaba todo aquello que más me gustaba: la música, la fotografía, la actuación y sobre todo la posibilidad de contar historias, mis historias, porque hasta en mis musicales más estrictos yace una historia personal.

En el espejo todo lo vemos invertido: somos, y somos al revés, "nos roba el alma" dicen en algunas religiones. La neutralidad del espejo y su fugacidad cuando nos separamos de él es lo que nos inquieta.

La fotografía es otra cosa: es un espejo cuya imagen se puede guardar y conservar: un viejo sueño del hombre hecho realidad.

No deja de ser significativo que en los primeros daguerrotipos la fotografía se veía invertida, es decir, como en un espejo.

La fotografía tiene la dureza de la objetividad, es  testimonial y puede ser cruel y desalmada porque nos muestra sin paliativos como fuimos, como éramos,  dónde estábamos.

Y una reflexión no por obvia menos trascendente: desde el momento en que se oprime el obturador de una cámara fotográfica o de un móvil, es el pasado lo que guardamos, algo que nunca se repetirá. Por primera vez hemos violentado el tiempo y el espacio.

¿Y el cine?

En una de mis películas: "Buñuel y la mesa del Rey Salomón", el actor que representaba a Buñuel decía: "Todos tenemos un cine en la cabeza, no hay más que cerrar los ojos y dejarse llevar por las imágenes que van surgiendo tratando de contar una historia".

"Todos los animales sueñan de noche como sombras de lo que trataron de día" decía el romano Claudio. "Dejar volar la imaginación" se dice a veces. Lo hizo Goya, lo hizo Luis Buñuel, lo hicieron otros artistas soñadores.

Por eso me gusta pensar que el cine es lo más semejante a la duermevela y al sueño, y que a través de él podemos expresar nuestros temores, nuestras limitaciones, bondades y mezquindades, ensanchando nuestra visión y enriqueciendo nuestra mente: reflejo, espejo, laberinto...

Entre el documento, fiel retrato de la realidad y la  imaginación --realidad complementaria que no tiene límites--, hay espacio para todo. El cine es un paso adelante que  nos  liberara de las ataduras de la fotografía y nos permite adentrarnos en otras realidades más complejas.

En una de sus cartas, el pintor Van Gogh escribía al pintor Emile Bernard: “No se debe mostrar un jardín según su parecido vulgar, sino dibujándolo como si fuera visto en un sueño, aunque con un carácter real, y por tanto más insólito que en la realidad.”

Desde las alturas se nos reprocha que seamos manipuladores de un lenguaje impuro que es mezcla de todos los lenguajes (lo cual es verdad y es precisamente eso lo que nos hace únicos y universales) Porque el cine es artificio: narración, teatro, música, ópera, fotografía, pintura... arte de síntesis o simplemente el producto de múltiples condimentos que se cocinan en la misma olla, y es desde luego el arte de nuestros tres últimos siglos, abriendo a la imaginación un recuadro luminoso de imágenes, sombras, luces  y colores que se deslizan ante nosotros y en donde nos vemos representados.

La grandeza de ese arte está no solo en la sabia adecuación de sus medios expresivos, sino en el talento de quienes han utilizado el cine  para ofrecer a quien quiera apreciarlo, su visión de la vida.

No es mi intención  aquí hacer un repaso de la historia del cine, sino tratar de ver hasta donde hemos llegado, y hasta qué punto, hoy, ahora, la acumulación, diversidad y dudosa utilización de la imagen, puede conducirnos a su ineficacia.

El punto de inflexión -que diría un experto en audiovisuales- es el paso del cine a la televisión. Y no sólo  porque se pierda una parte del misterio iniciático de la proyección en público sino porque  durante todas las horas del día, se nos "informa", o "desinforma", de todo lo divino y humano: porque esa facilidad para mostrar imágenes, en manos de mercaderes está pervirtiendo el mundo visual sembrando en el auditorio una confusión general.

Los comerciantes de imágenes tratan de vender sus productos a costa de lo que sea, no importa la trapacería y el engaño, ni el oportuno golpe bajo envuelto en papel de seda: cualquier medio vale para conseguir una mayor audiencia. Los mercaderes nos "proyectan" comedias  y dramas insulsos, chistes fáciles y situaciones ya agotadas,  telenovelas que utilizan los recursos más bajos para alertar al ingenuo espectador, programas en donde se escarba sin pudor alguno en la intimidad de las personas engrosando eso que llaman telebasura,  chismorreos baratos de "corazón", concursos penosos para un público al que se considera menor de edad... En fin, todo ello aderezado con insoportables anuncios que golpean una y otra vez nuestras indefensas neuronas.

No voy yo a romper aquí una lanza en pro de un puritanismo trasnochado, ni de la necesidad de un código de censura, que bastante lo sufrimos en otra época, sino, simplemente expresar mi alarma por la utilización tanto en el cine como en la TV de la violencia de forma gratuita, indignación por quienes manipulan, mal informan y mal utilizan  los valores potenciales de la imagen, indignación antes quiénes con la mayor impunidad nos mienten con descaro, a quienes nos quieren dar gato por liebre, a la publicidad encubierta, a los lobos con piel de cordero que pretenden en doctrinarnos... En estos tiempos de penurias corremos el peligro de que la banalidad se adueñe de nuestro mundo visual valorando más el impacto que la profundidad y que la brillante cáscara  oculte un contenido sin entidad.

Me dice un experto en "comunicación" que "El hombre moderno no tiene tiempo para la contemplación, porque necesita imágenes que se digieran rápidamente". Enseguida añade, muy seguro de sí: "Los productos delicados y refinados sólo pueden ser saboreados por refinados paladares".

Esos imperativos, más la confusión y el galimatías de las imágenes que nos bombardean todos los días, empiezan a dejar sus huellas: se  cuelan a todas horas por las pantallas de nuestros televisores adueñándose de nuestro precioso tiempo y desbancando otros caminos, otras apetencias y otras posibilidades quizá más creadoras. Claro que, se me dirá, si a uno no le gusta lo que la TV emite, con cerrarla santas pascuas. Pero el problema es la adicción, adicción a las pantallas de TV, a los teléfonos móviles, a las pantallas portátiles, a las películas que se ven en mini pantallas con el consiguiente deterioro de la imagen y del sonido y total despreció a quienes las hicieron.

Está sucediendo, está pasando ahora mismo, en este instante. Esa es la grandeza de la TV: su inmediatez, pero no su manipulación añadiendo morbo sobre morbo y publicidad sobre publicidad, tratando con ese juego perverso de mantener al espectador fascinado frente a la pantalla. Empezamos a ser incapaces de seleccionar lo que queremos ver y aceptamos sin resistencia que nos invadan una turbulencia de  imágenes que subrepticiamente van adueñándose de nuestra mente.

Ya no nos atragantamos, ni siquiera dejamos de comer ante el espectáculo terrible de la bomba masacrando cuerpos, miembros desparramados, sangre y violencia, niños que se mueren de hambre, el terremoto que asola una parte querida de la tierra sembrando la muerte y la destrucción. La primera vez que vimos esas imágenes estremecedoras en la TV dejamos de comer, nos sentimos mal y pensamos que el mundo estaba enfermo, pero después el hábito nos ha vuelto insensibles al dolor ajeno, detenemos un momento la mirada y seguimos comiendo como si tal cosa, o simplemente aceptamos esas imágenes brutales porque forman parte de nuestro mundo: ¿es nuestro mundo así?  ¿Somos como los animales que nos muestran los documentales que se devoran sistemáticamente unos a otros por el territorio, por la hambruna, por el sexo? mi querido Baltasar Gracián decía en su "Criticón": "Créeme que no hay lobo, no hay león, no hay tigre, no hay basilisco, que llegue al hombre: a todos excede en fiereza."

A pesar de lo expuesto, hay excepciones y ese es el milagro y la grandeza de cualquier forma de arte: por encima de las modas, de las escuelas, de la rutina, surge la obra bien hecha, inteligente y sensible. ¡Cuántas magníficas películas se han hecho en este siglo de maravillas y descubrimientos y también de pesadillas y horrores! ¡Cuántos magníficos documentos nos muestran la realidad de nuestras vidas, sus incongruencias y limitaciones!

¿Dónde está el secreto? La respuesta es obvia: está en el talento, en la capacidad de invención, en esa peculiar visión de quien hace que la historia que se cuenta sea diferente y adquiera  vida propia. La esperanza está en quienes en tiempos tan difíciles, tienen ahora una oportunidad única, porque cualquiera con un mínimo de conocimientos, con una pequeña cámara digital y algunos actores, puede hacer una estupenda película. El cine, como la fotografía, se ha democratizado gracias a los avances de la ciencia, pero esa facilidad implica al mismo tiempo la exigencia de una reflexión para superar la mediocridad y la perversión de las imágenes. Hoy hace falta ver las cosas con nuevos ojos, hay que buscar nuevos caminos y explorar otras selvas, y sobre todo que los que detentan el poder sean conscientes de que la cultura es un bien ganancial para ahora y para mañana.

Para terminar: proyectada en la pantalla de un cine, o en la más humilde pantalla de una televisión, todavía se puede ver una hermosa película, una sólida, bien interpretada, bien hecha película, una inteligente y sensible película que nos emociona y nos habla de la permanente vitalidad del cine.