Proyectos de Innovación

Primera parte: Elogio inicial

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Jacopo Tintoretto, José y la mujer de Putifar, h. 1555. Madrid, Museo Nacional del Prado.

 

 

Paolo Veronese, Venus y Adonis, h. 1580. Madrid, Museo Nacional del Prado.

 

 

 


 

[PRIMERA PARTE: Elogio inicial]

 

[56r] Diego de Silva Velazquez, artífice insigne y singular en nuestros tiempos presentes y General en las nobilísimas artes de la Pintura y Arquitectura, y tan eminente en ellas que compite con los mayores de la Antigüedad. A este varón famoso por su virtud, limpieza, grande ingenio y aventajadas partes, acompañadas de la modestia y prudencia, le honra y favorece la Augusta Majestad de Nuestro Gran Monarca Don Felipe 4, de este nombre Rey católico de las Españas, [tachado: a quien guarde el cielo infinitos años, con el oficio de ayuda de cámara el año de 1638 dándole la llave, y juntamente aposentador mayor de su imperial palacio, que son principios para que tenga los premios que merece; porque es dotado de tan excelente gusto y acertada elección en todo lo tocante a sus [56v] profesiones y es tanta su puntualidad y cuidado, que por muchas razones ha sido escogido por Su Majestad entre todos los Profesores de su Arte y encargado la disposición y adorno de su palacio y sus reales alcázares].

Para lo cual, por orden de Su Majestad ha ido dos veces a Roma y a otras diferentes partes de Italia de donde ha traído pinturas, modelos y estatuas fabricadas por lo más afamados artífices del orbe. Y al presente está este palacio con su cuidadoso desvelo, solicitud y excelente disposición y trabajo, tan ilustrado y engrandecido que aumenta el número de las maravillas. Y sin género de duda, no hay príncipe en el mundo que tenga su Alcázar adornado con tan preciosas y admirables pinturas y con tan famosas estatuas de bronce, de mármol, de alabastro y preciosos jaspes, ni con tan curiosas jarifas y lucidas alhajas que pueda competir con las de éste.

Muchas admirables obras he visto en Palacio de este escogido artífice, mas la que me ha causado más admiración es un retrato del Rey Nuestro Señor que acababa de hacer, tan parecido que, al verle, me infundió respeto y provocó a dignísima veneración y reverencia, porque no le faltaba más al retrato que la voz, porque tenía mucha alma en carne viva.

Estando Diego Velazquez en la ciudad de Roma retrató tan al natural al Sumo Pontífice Inocencio 10, como de su milagroso pincel se esperaba, para traérselo a Su Majestad a España, mas Su Santidad no se le quiso dejar traer, diciendo que no había consentido que nadie hiciese su retrato. Ofreció poner el de Diego de Silba y Velázquez entre los más famosos pintores e insignes académicos de la gran ciudad de Roma, y así, sin género de adulación ni hipérbole podemos decir Tu solus Didacus in orbe, y esto con consentimiento de todos los pintores y arquitectos insignes, sus contemporáneos. Bien sería menester un gran volumen para significar las muchas partes de este héroe famoso, mas por no callarlo todo, lo más sucintamente que pueda, aunque arriesgue mi crédito, con la cortedad de mi pluma escribiré algo de lo que ha llegado a mi noticia y, como criado en Palacio, puedo decir es el contenido. Diego de Silva y Velázquez hijo de [en blanco el resto de la página].

 

[Seguir a SEGUNDA PARTE: Orígenes y llegada a la corte de Felipe IV]


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Matteo Bonuccelli, León, 1651. Madrid, Museo Nacional del Prado

 

Diego Velázquez, Retrato de Inocencio X, 1650. Roma, Galleria Doria Pamphilj.