Cátedras

Psicología, UME y emergencias y catástrofes (Prof.ª María Paz García-Vera)

Hay momentos que cambian para siempre la vida de las personas. Quedarse atrapado en mitad de un incendio que está arrasando toda la montaña, pasar las vacaciones en un precioso lugar en el exacto momento en que se convierte en una zona aislada por las mayores inundaciones que se recuerdan, subir a un tren donde un terrorista colocó una bomba, embarcarse en un avión que alguien planeó durante meses que ya nunca aterrizaría, o estar en el epicentro de un seísmo y ver caer en pedazos las paredes de tu casa mientras la incredulidad y el horror desmoronan hasta el aire a tu alrededor. Nadie está a salvo de las catástrofes mientras viva. Incendios, inundaciones, atentados terroristas masivos, accidentes de avión o terremotos pueden esperarnos a la vuelta de la esquina, tanto si hacemos cosas arriesgadas como si no. Son parte de este mundo que querríamos controlar pero que continuamente nos demuestra que no es tan controlable. Hagamos lo que hagamos, estemos donde estemos, la posibilidad de vivir una catástrofe siempre estará ahí.

¿Qué puede hacer la psicología para ayudar a las personas que experimentan estas catástrofes? ¿Cómo puede ayudar la psicología a los profesionales que intervienen para preservar la seguridad y el bienestar de las personas en estas catástrofes? En concreto, ¿cómo puede ayudar a los profesionales de la Unidad Militar de Emergencias?

 

Puede que para muchos estas sean preguntas fáciles de contestar, pero, puesto que la psicología es una profesión relativamente joven, algunas personas no son capaces aún de ubicar a los psicólogos en las emergencias y catástrofes más allá de la atención psicológica directa a las víctimas y del tratamiento de aquellas que pueden desarrollar un trastorno psicológico como consecuencia de las mismas. Obviamente, esta es una de las funciones principales que desarrollan los psicólogos en las catástrofes. Vivir una catástrofe es una experiencia traumática personal que está marcada por el horror, la ansiedad, la indefensión, la soledad, el aislamiento, la tristeza o la culpa. Los sentimientos de incredulidad o confusión se entremezclan con los de impotencia, rabia o desesperación. Nadie está preparado para una situación así. Ni tampoco nadie está preparado para reconstruir su vida después de una catástrofe que ha podido arrebatarte a tus seres queridos, tu casa, tu trabajo, tus sueños o tu futuro, y que ha puesto en duda tus más firmes creencias sobre la existencia de un mundo seguro, predecible y controlable. Por eso, no es de extrañar que algunas de estas personas puedan desarrollar un trastorno por estrás agudo o por estrés postraumático, un trastorno depresivo o un trastorno de ansiedad tras haber sufrido situaciones de ese tipo. Por ejemplo, en 1983, Australia sufrió una de las peores oleadas de incendios forestales de su historia. El 16 de febrero de 1983 se declararon más de 100 incendios forestales en las área de Victoria y Nueva Gales del Sur y como consecuencia de los mismos 75 personas fallecieron, más de 1.100 personas sufrieron heridas de diversa consideración, más de 2.500 familias perdieron su hogar y más de 250.000 ovejas y cabezas de ganado perecieron. Un estudio llevado a cabo por el equipo de investigación de McFarlane encontró que, un año después de los incendios, 1.526 personas padecían diversos trastornos psicológicos. Estos datos ponen de relieve la necesidad de que los psicólogos intervengan para facilitar la recuperación psicológica de las víctimas, identificar a las que están sufriendo o están en riesgo de sufrir en el futuro un trastorno mental y para tratar estos trastornos.

Pero el trabajo de los psicólogos en las emergencias y catástrofes va más allá de la ayuda directa a las víctimas. Sin ánimo de extendernos demasiado, cabría subrayar tres de ellas que tienen que ver con los objetivos concretos de la Cátedra "Comandante Sánchez Gey" y, en particular, con la pregunta sobre cómo puede ayudar la psicología a los profesionales de la UME.

En primer lugar, es obvio que el trabajo de estos profesionales se desarrolla en un contexto de estrés excepcional en el que suele estar en peligro su propia vida y la de otras personas, en el que se manejan equipos y procedimientos complejos que requieren la máxima concentración y donde no hay lugar para los errores ya que los mismos tienen consecuencias muy graves. La ansiedad puede despistar nuestra atención al ponernos un traje de NRBQ, al conducir un helicóptero, al pilotar un avión o cuando buceamos en un río lleno de escombros. Nuestra ira puede distraernos de una maniobra o nuestra tristeza quitarnos las energías para llevarla a cabo. Mediante el entrenamiento psicológico específico, la psicología puede ayudar a los profesionales a controlar el estrés, a que las lógicas preocupaciones y emociones de ansiedad no interfieran en su tarea, a alcanzar la máxima concentración y a minimizar la posibilidad de cometer errores.

En segundo lugar, casi todas las intervenciones de los profesionales de la UME implican algún tipo de contacto con la población afectada, a veces en situaciones interpersonales difíciles. Al rescatar a una víctima de un terremoto o de unas inundaciones, el profesional de la UME está ahí con la persona que ha liberado de los escombros y que ha sobrevivido a su familia, pero se niega a aceptarlo, o con esa anciana que ha perdido bajo las aguas todas las cosas que le recordaban que había tenido una vida. Saber qué decir a estas personas en esos momentos no es fácil. En otras ocasiones, hay que explicar a las víctimas cómo ponerse un arnés para ser rescatado en una montaña o explicarles que es necesario abandonar su casa antes de que el incendio les deje atrapados. Dar estas explicaciones tampoco es fácil. La psicología puede ofrecer una formación específica para abordar estas situaciones interpersonales complicadas y para que cualquier profesional de la UME pueda realizar unos primeros auxilios psicológicos si fuera necesario.

En tercer lugar, la psicología puede ayudar a reducir el impacto de las catástrofes en los propios profesionales de la UME. Aunque estos profesionales, debido a los cuidadosos procesos de selección y formación que siguen, suelen poseer una fortaleza y preparación psicológicas envidiables, la realidad es que a veces la dureza de las catástrofes en las que intervienen les pasa factura. Por ejemplo, volviendo a los incendios forestales de Australia de febrero de 1983 y en cuya extinción participaron 16.000 bomberos, 1.000 policías y 500 soldados, uno de los hechos más llamativos de los mismos fue el tremendo impacto emocional negativo que tuvo entre esos intervinientes. Entre el 30% y el 50% de dichos profesionales presentaban trastornos psicológicos dos años y medio después de los incendios, cifras muy altas que se justifican en parte por la tremenda dureza que implicó su extinción, ya que, de hecho, durante la misma fallecieron 17 bomberos. Dentro de esa formación específica que la psicología puede proporcionar a los profesionales de la UME, se encuadra el entrenamiento en estrategias y habilidades para el propio cuidado emocional y para potenciar la propia fortaleza psicológica.