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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Sábado, 20 de abril de 2024

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Conversaciones con un escritor joven

 

Ignacio Pajón Leyra cursa actualmente estudios de doctorado en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense, al cruzarnos con él por el pasillo no notamos nada especial, es un estudiante más, no lleva gafas multicolores ni corbatas estampadas, pero  a sus escasos 27 años ha publicado ya tres libros [‘Fenomenología de la incertidumbre' (Madrid, 2002), ‘El muérdago' (Madrid, 2002) y ‘Cualquier lugar, cualquier día' (Madrid, 2006)], el último de los cuales ha sido recientemente traducido y publicado en EEUU, y es asesor literario de una editorial de reciente formación.  Este verano estuvimos conversando con él sobre sus experiencias literarias y en el mundo editorial;  las hacemos públicas en este número con el ánimo de que sirvan de estímulo a tantos estudiantes que empiezan a sentir la vocación literaria, pero que no encuentran la manera de desarrollarla.  Esto es lo que nos decía:

 

Pregunta: Háblanos del comienzo, ¿cuándo empezaste a tomarte en serio esto de escribir?

Respuesta: Pues lo cierto es que empecé muy joven. Mi primer artículo lo escribí con dieciséis años, para un pequeño periódico del norte de Galicia, La voz de Ortigueira, en 1997. Y después de ese ya no pude parar. Empecé por ensayos breves y artículos de opinión, y al poco tiempo hice varias tentativas con casi todos los géneros literarios, relatos, cuentos breves, monólogos y pequeñas piezas teatrales con los que ir aprendiendo.

P: ¿Cuál ha sido tu experiencia como escritor novel? ¿Está abierto el mercado editorial a escritores con talento, pero sin currículum?

R: No, ni muchísimo menos. Por desgracia hoy el mercado editorial es solamente eso: un mercado. Los libros se conciben como una mercancía más, y los autores han pasado a ser una marca. Así que la calidad y el talento casi nunca son lo más importante. Por desgracia parece que lo único que importa es el nombre, porque garantiza al editor la rentabilidad del libro. Las apuestas arriesgadas por gente desconocida son muy raras. Yo tuve mucha suerte en ese aspecto, porque con sólo 21 años di con una editorial, la editorial Fundamentos, que apostó por mí con mucha convicción cuando acababa de escribir una obra de teatro titulada El muérdago. Pero es una editorial atípica. Aprovecho para agradecerles desde aquí lo mucho que me han ayudado.

P: Te licenciaste en Filosofía por la Universidad Complutense en 2003 y estás actualmente preparando la presentación de tu tesis doctoral, ¿qué papel ha tenido tu paso por las aulas en tu formación como escritor?

R: Probablemente haya sido uno de los factores más determinantes. En la universidad conviví durante años con mucha gente, profesores, compañeros, amigos, que se tomaron la molestia de leer mis primeros textos y aconsejarme. Y también me encontré en las clases de filosofía con muchísimos temas interesantes y sugerentes sobre los que escribir. Gracias a esas clases comprendí que la literatura tiene que servir para inquietar, para mover al lector a pensar y a replantearse lo que da por asumido. Y que la historia, la lógica o hasta las matemáticas pueden servir de base para un buen argumento.

P: El teatro ocupa una parte muy importante en tu producción literaria, ¿cómo puede entenderse el teatro en una sociedad tan mediatizada como la nuestra? ¿Tiene aún lugar?

R: Yo espero que lo tenga, y estoy convencido de que lo tiene, pero es cierto que cada día resulta más difícil estar convencido. Necesitamos el teatro porque es una manifestación cultural capaz de ejercer de espejo. Muestra a la sociedad lo que la sociedad es. El escenario es el lugar perfecto para la crítica, porque en él se establece una relación espectáculo-espectador más inmediata y más íntima que, por ejemplo, en el cine o en la televisión. Lo difícil es pensar en soluciones que permitan recuperar ese vínculo con el público que últimamente parece que se hubiera perdido.

P: ¿Qué crees que define tu vocación de escritor?

R: No sabría decirlo. No es algo que me haya planteado. Empezar a escribir fue una especie de necesidad irresistible. Si dijera que escribo para cambiar las cosas o para mejorar el mundo, quedaría muy bien en esta entrevista, pero mentiría. Escribo porque necesito hacerlo, porque es la única forma en que soy feliz.

P: ¿Para qué se escribe hoy? ¿Tiene sentido seguir escribiendo y publicando entre esta mar de publicaciones que hace tan difícil llegar al lector?

R: ¡Desde luego! No hace falta ser un superventas para que merezca la pena escribir. Cada lector vale por sí mismo y merece todo el esfuerzo. A todos los autores les gusta llegar a un público lo más amplio posible, pero en el fondo eso no está en manos del escritor. La publicidad, por ejemplo, puede servir para que un libro se venda mucho, pero eso no le añade nada al libro. Es un factor externo cada día más complicado y mercantilizado. Ese no puede ser el factor que le de sentido a la escritura. El sentido tiene que estar en los lectores, con independencia de que sean cuatro o cuatro millones. De hecho sólo con serle útil a una persona, con que un lector me diga que un libro mío le ha interesado o le ha gustado, ya me siento satisfecho con mi escrito.

P: Hay muchos estudiantes que escriben, pero que nunca han hecho el intento de publicar, ¿qué les dirías?

R: Si realmente les gusta escribir les recomendaría que tratasen de dar al público sus textos. No es que este mundo sea fácil, y a menudo van a encontrar puertas cerradas. Pero hay revistas que les recibirán con los brazos abiertos. Internet también se ha convertido en un medio estupendo para la difusión de la literatura y todavía quedan algunas editoriales dispuestas a hacer algo diferente de lo que hacen todas. Yo colaboro desde hace un tiempo con una, Ediciones Antígona, que me consta que siempre está buscando nuevos autores. Pero más que ninguna otra cosa les recomendaría que no se dejen desanimar.

 

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