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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 19 de abril de 2024

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Una historia verdadera (The Straight Story, David Lynch, 1999)

Director: David Lynch

Guión: John Roach, Mary Sweeney

Reparto: Richard Farnsworth, Sissy Spacek, Harry Dean Stanton, Everett McGill, John Farley

País: Estados Unidos

Duración: 110 min.

Valoración E-innova: 

 

Rodada y estrenada entre Carretera perdida (Lost Highway, 1997) y Mulholland Drive (2001), probablemente las dos películas con una estética más depurada de lo que podríamos denominar el estilo Lynch, Una historia verdadera emerge, paradójicamente, como una cinta extraña. Su peculiaridad se debe, precisamente, al fuerte contraste que supone con respecto a las obras de las que se ve rodeada: inquietantes, enfermizos y surrealistas mosaicos donde lo onírico se confunde con la realidad y la evocación y el poder de sugestión son empleados sistemáticamente como los principales motores narrativos. Una historia verdadera, con su simplicidad, sencillez y naturalidad, se manifiesta como la obra más desconcertante que David Lynch ha rodado jamás y lo es, entre otras cosas, por su conmovedor clasicismo.

Con una historia de mínimos, Lynch consigue sacar a relucir toda una serie de emociones muy alejadas de las que habitualmente tiende a manejar. Y demostrando que su formación como cineasta es más amplia que la que muchos pensaban (lejos quedaba ya aquel brillante El hombre elefante -The Elephant Man, 1980-, intachablemente clásico, pero oportunamente inquietante), consigue un enternecedor canto a la vida a través del viaje por varios estados de un anciano con quebradiza salud con la única compañía de su cortadora de césped y su infinita determinación de reencontrarse con su hermano.

Resulta llamativo ese explícito intento por parte de la distribuidora española por dotar al argumento de mayor verosimilitud y realismo si cabe, ya desde el título, al traducir el simple The Straight Story con que el filme fue presentado en suelo estadounidense (haciendo alusión al apellido del personaje protagonista de la aventura) por el nada implícito Una historia verdadera, dando por sentado el sentido hiperrealista del mismo y, de paso, diluyendo la frontera entre la ficción y la realidad; permitiéndose unificar lo que, ciertamente, es una historia basada en hechos reales. Un intento que el propio Lynch era perfectamente consciente de querer llevar hasta sus últimas consecuencias al rodar el filme íntegramente de manera cronológica. Como mero apunte, pero curiosamente significativo en este sentido, la cinta representó el último papel del actor protagonista, Richard Farnsworth.

Valiéndose de recursos formales extraordinariamente clásicos entre los que abundan los planos largos y estáticos y los silencios, las escenas se suceden a un ritmo parsimonioso (casi tanto como el de la cortadora de césped), siendo suficiente como para poder detenerse y construir bellos monumentos emocionales, cristalinos y puros, arropados por una nostálgica y preciosista banda sonora; obra, cómo no, de Angelo Badalamenti, el inseparable compañero cinematográfico de Lynch. No se puede entender el cine del uno sin el otro. Esta conjunción de elementos permite ofrecer una reflexión sobre la vida y la vejez como pocas se han visto en la gran pantalla, con una profundidad y una cercanía insólitas. Es tan pura la realización y la evolución narrativa que nadie puede dudar de la verdad que esconde cada momento. Es tal la planificación, de guión, sí, pero también de realización, que el relato entra directo al corazón. No hay lugar para los rodeos. Y aun con todo, no podemos decir que Lynch pierda su personalidad. La presentación de Alvin, el protagonista (con una interpretación verdaderamente -in-creíble de Richard Farnsworth que le valió una nominación al Oscar), no deja lugar a dudas. No puede ser más singular y, al mismo tiempo, más realista, al igual que aquel memorable momento de los ciervos y otros pequeños apuntes extrañamente discordantes, pero definitivamente inseparables del drama.

Lo que queda es una desasosegante reflexión sobre la vejez. Lo peor de hacerse mayor es recordar cuando uno era joven, dice Alvin a lo largo del filme; es poder sentir en primera persona la decadencia física; haber estado pletórico para verse obligado a sufrir el lento camino sin retorno hacia la decrepitud humana, sin por ello perder la lucidez mental, en un tortuoso pero, en cierto modo, ineludible trayecto que todos hemos de experimentar tarde o temprano. Alvin, diagnosticado de todo tipo de males por los médicos, inicia la película con un precarísimo estado de salud, pero sobreponiéndose a todo e ignorando las recomendaciones de todos, decide lanzar una última bocanada de aire y reunir el valor necesario para lanzarse a la carretera y recorrer con su pequeño tractor el estado de la vejez nacional que, en última instancia, es el estado de la vida. A lo largo de su viaje conocerá a un pobre hombre que aún vive atormentado por su participación en la Segunda Guerra Mundial, a una joven que ha huido de su casa tras haber quedado embarazada, a un matrimonio complaciente que le ofrece cobijo... Diversas caras de una vida que él ya ha vivido en sus propias carnes. Diferentes periodos que cada uno ha de atravesar y con los que ha de enfrentarse y rememorar para poder alcanzar la meta última.

La aventura de Alvin no puede entenderse sino como una acción de redención final, como el último intento posible por recuperar la dignidad personal que tiempo atrás perdió tras discutir con su hermano, un error que, entiende, debe subsanar. Y sabedor de que su tiempo en este mundo está próximo a agotarse, decide remediar la situación antes de que sea demasiado tarde; decide que quiere enfrentarse  a la vida con los medios que aún le quedan, y que puede hacerlo. Y es en esos momentos de desolación, de certero conocimiento de la proximidad del fin, cuando el único deseo que ocupa una mente humana después de decenas de años de vida; después de infinitud de experiencias, penas y alegrías, es querer, necesitar contemplar las estrellas en la proximidad de su hermano, en la compañía de lo único que le complementa y que tiempo atrás ellos mismos se encargaron de dinamitar.

Tal es la fragilidad de la vida, y tan llena está de emotivos momentos e inolvidables experiencias... Pero a fin de cuentas siempre redunda en sentirse satisfecho con uno mismo. Nada más. Y, por supuesto, nada menos. Pocos son los que pueden sentirse de ese modo al final del viaje. Y eso es todo lo que cuenta Una historia verdadera. Con su simpleza, con su minimalismo, con sus diálogos, con sus imágenes y con sus notas musicales, avanza lenta, con determinación, hacia unos confines pocas veces transitados con mayor lucidez, y nos regala un emotivo epílogo final con el reencuentro de los dos hermanos. Con Harry Dean Stanton y Richard Farnsworth destrozando la pantalla con nada más que sus simples gestos y sus llorosas miradas, sentados en dos sillas de madera. Y todo el poder del filme queda así concentrado en una simple escena, en un Big Bang cinematográfico inolvidable que aúna tal cantidad de fuerza como el propio universo que ambos hermanos disfrutaban mirando de pequeños. Una muestra de cómo con mínimos recursos se pueden alcanzar cotas aparentemente vetadas. Y de cómo David Lynch, un director acostumbrado a sus propios excesos y a la irrealidad, es capaz de trabajar una materia prima tan distinta de la que habitualmente maneja para, sorprendentemente (o no tanto), conseguir efectos tan similares y bellos.

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