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La historia comienza

Javier García García - 21 de Octubre de 2009 a las 09:34

¿Sabéis leer? Yo estoy en ello. Aprender a leer significa bastante más que aprender a leer las letras, las sílabas, las palabras, a entonarlas formando frases y a hacerlo con velocidad. Se puede leer mucho y en realidad no haber leído nada. Debo decirlo: desconfío, por principio, de los coleccionistas de lecturas. Con frecuencia esa gente que parece haberlo leído todo (todo lo de moda, las más de las veces, y poco más) se parece demasiado al tópico occidental del turista japonés, que, por querer ver y fotografiar todo lo que se supone que hay que ver y fotografiar, en realidad no se entera de nada.

 

El libro La historia comienza. Ensayos sobre literatura (Siruela, 2007) de Amos Oz es una interesante reflexión sobre lo que significa leer literatura, sobre el hecho de que el placer que proporciona es directamente proporcional a una lectura pausada, comprensiva y activa por parte del lector: "Los anuncios de los periódicos tientan a algunas personas a hacer toda clase de cursos de lectura rápida: por una módica suma, nos prometen que nos enseñarán a ahorrar un valioso tiempo, a leer cinco páginas por minuto, a recorrer la página en horizontal, a saltarnos los detalles y a llegar rápidamente a la última línea. Las sugerencias que he ofrecido en este volumen, diez breves ojeadas a los contratos iniciales de diez novelas o relatos, pueden servir de introducción a un curso de lectura lenta: los placeres de la lectura, como otros goces, deben consumirse a pequeños sorbos."

 

En este libro Amos Oz nos demuestra que es un excelente lector, además de brillante escritor. Resulta muy interesante leer y releer despacio buenas historias con quien conoce y ejerce tan bien el oficio de escribir, de suministrar placer lector a los demás. Y si, como es el caso, se trata de un escritor honesto, transparente y nada pedante, el ejercicio resulta de lo más provechoso. Aún más si ese escritor tiene notables habilidades pedagógicas por haber sido durante muchos años profesor de literatura, primero para chavales y luego en la universidad.

 

El punto de vista desde el que Oz nos propone este ejercicio está, además, muy bien elegido: comenzar por el principio, centrarse en las primeras frases o párrafos de una historia. Oz sostiene que el comienzo de una historia es una suerte de contrato que el escritor establece con el lector, contrato que admite muchas fórmulas: "Los contratos iniciales son unas veces como el juego del escondite (...) y otras se parecen más a una partida de ajedrez. O de póquer. O a un crucigrama. O a una travesura. O a una invitación a entrar en un laberinto. O a una invitación a bailar. O a un galanteo de mentira que promete pero no entrega, o entrega lo que no debía, o entrega lo que no había prometido, o entrega sólo una promesa". Hay tantas posibilidades como historias contadas, porque cada historia ha de tener, no sólo un final, sino también un comienzo, que a menudo establece el registro, el tono, que va a envolver la historia y su lectura.

 

Es fácil caer en la tentación de leer distraídamente el comienzo de una historia a la espera de que el escritor entre "en harina". Hay demasiado lector, y demasiado libro malo, cuyo único interés radica en saber cómo acaba la historia. No me resisto a una frase ampulosa: en la lectura de buena literatura, como en todos los verdaderos viajes, como en el viaje de la vida, lo más importante es el camino. Leer literatura exige bastante más que un entretenimiento pasivo: "El juego de leer exige al lector que tome parte activa, que aporte su propia experiencia vital y su propia inocencia, así como prudencia y astucia". Y eso porque en la literatura lo inconcebible "se torna concebible, accesible a nuestros sentidos y a nuestros temores, a nuestra imaginación y a nuestras pasiones".

 

Los diez "contratos iniciales" que Oz analiza con perspicacia de abogado literario son los de estas otras tantas historias: Effi Briest (Fontane), En la flor de la vida (Agnón), La nariz (Gogol), Un médico rural (Kafka), El violín de Rothschild (Chéjov), Mikdamot (Yizhar), La historia: una novela (Morante), El otoño del patriarca (García Márquez), Nadie decía nada (Carver), Un leopardo particular y muy temible (Shabtai). De la breve y estupenda Conclusión, titulada "Placer sin prisas", he extraído las citas anteriores.

 

Termino con el principio: la introducción del libro, titulada "Pero ¿qué existía en realidad antes del Big Bang?". Es una clara broma para poner en tesitura al lector sobre lo que significa el comienzo de un libro, lo que puede remover en su imaginación, lo que puede proponerle, que en este caso es claramente una promesa imposible de cumplir. ¿O no? Tal vez no deberíais creerme y comprobar si, después de todo, Amos Oz no comenzará este curioso libro dando respuesta a la gran pregunta cosmogónica de nuestro tiempo.

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