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El libro en la medalla. Del 16 de abril al 16 de mayo

19 de Abril de 2012 a las 13:05 h

LA MEDALLÍSTICA PLANTEA NUEVAS METÁFORAS SOBRE LA ARQUITECTURA DEL LIBRO
Luis Mayo

Monumentos de bolsillo en las vitrinas de la biblioteca
Ángeles Vian, directora de la Biblioteca de la Facultad de Bellas Artes, es la entusiasta impulsora de un proyecto que desde 2003 ha transformado la dependencia de acceso al área de lectura en una sala de exposiciones especializada en el libro de artista, con una programación centrada en las obras de docentes y estudiantes de nuestro Centro. Los muebles expositores de esta galería son las vitrinas centenarias -proceden de la antigua Academia de San Fernando- que tal vez custodiaron el expediente académico del joven Picasso, del rebelde Dalí y que ahora se llenan con las obras de quienes estudian y enseñan en la Facultad de Bellas Artes de Madrid.
Con Ángeles Vian felicito a los estudiantes participantes en esta muestra y a sus comisarios, Consuelo de la Cuadra, Paris Matía, María Jesús Romero y Horacio Romero, que han realizado la primera muestra de medallística en torno al libro celebrada en esta sala, con un mérito añadido: han conseguido editar este catálogo que dará constancia de la bella selección de obras que se expuso aquí en la primavera de 2012 (es la primera muestra con catálogo de las 120 que se han celebrado).
Esta colectiva es una bella manera de conseguir que los ejercicios de clase se aproximen a la exposición pública, que el aprendizaje de las habilidades del oficio de la escultura se incorpore a la extensión cultural. Estudiante deviene en artista: aquel que con su pensamiento visual -con sus obras plásticas- influye en la sociedad y transfiere conocimiento a sus coetáneos. Reinterpretando a Platón, las ideas son las cosas; las ideas innovadoras son estas esculturas inquietantes que nos interrogan desde los ojos que quieren volverse dedos para tocar lo que solo se palpa desde las pupilas.

La medallística ofrece una original manera de entender la estructura libresca
Consuelo de la Cuadra, comisaria de esta muestra, emplea un símil revelador: una medalla es un monumento de bolsillo. Visual y táctil, íntima y conmemorativa, volumétrica en el límite y tridimensional a duras penas, la medallística es una expresión escultórica que ahora se compara con el libro de artista.
Estudiantes y docentes aúnan sus esfuerzos para ofrecernos con sus personales visiones escultóricas y su iconografía bibliófila una innovadora definición del libro y del bajorrelieve, perfilados al unísono: la mayúscula incisa de la medalla, la capitular esculpida de los romanos, se compara con la cursiva impresa de los tipógrafos barrocos en una exposición en la que la letra y el libro son el punto de partida.

Bidimensionalidad en profundidad, tridimensionalidad plana
El libro de artista avanza desde las dos dimensiones hacia las tres. Es un soporte expresivo que fuerza las dos dimensiones del papel -cada página dibujada de un diario de viaje, cada grabado de un dietario xilográfico- mediante su acumulación en el volumen. La suma de páginas de dos dimensiones crea la secuencia temporal, la trama y la gradación de la narración plástica. La medalla es escultura cercana al bajorrelieve que casi sintetiza las tres dimensiones en solo dos. Con sus dos mitades, con su cara y la cruz, la medalla nos hace pensar en opuestos, en lo visto y lo oculto, en monedas, en premios y honores.

El tacto del libro y el relieve de la medalla

Los términos con los que definimos los papeles y su oficio (verjurado, sello de agua, envés) nos llevan de lo táctil a lo visual; de la caricia en la yema de los dedos alcanzamos hasta el ojo que se vuelve piel, que acaricia otra piel. El bajorrelieve, corazón de la medalla, también afecta los sentidos de la vista y el tacto con estímulos robados del otro canal. Hay una sinestesia llena de sensualidad en el ojo atrapado en la sensación de profundidad de una escultura que apenas la posee. Nuestra mirada queda presa en una contradicción: curiosa, quiere conocer el secreto tocando, y encantada en el trampantojo escultórico, quiere ser solo vista para continuar engañada.
Los artistas de esta muestra no solo nos presentan una iconografía originalísima sobre la persona lectora como recinto de pensamiento y las edades humanas como modos diferentes de entender la lectura y el aprendizaje. Quienes modelan estas esculturas hechas para ser acariciadas no solamente inventan nuevas definiciones del libro y la letra. También definen la medalla como un soporte capaz de expresar las inquietudes de nuestros días, capaz de hablar de sí misma.
En esta exposición asistimos al placer de la sinestesia que juega a estimular la vista con señales táctiles y viceversa, con señales para los ojos que impresionan nuestros dedos. Al comparar medalla y libro las metáforas que provocan estos dos recipientes culturales se afectan mutuamente y nos hacen pensar en la escultura y en la lectura de un modo nuevo.

La cara y la cruz de la medalla modifican la idea de ojear un libro
La tradicional metáfora con la que nos referimos al libro es la arquitectónica: edificio de papel con una portada-fachada y un interior lleno de páginas donde habitan ideas, letras y personajes.
En esta muestra el símil cambia porque la medallística, con su estructura de cara y cruz, nos hace pensar en el libro más allá de la página y su envés. En la medalla hay una cara oculta y una cruz vista, como sucede en la luna; y entre estas dos mitades se da un juego de contrarios, de complementarios, que no es habitual en la página del libro, donde pasar la página es seguir un relato que tiene incontables vueltas de hoja. Una medalla es una obra que solo tiene un folio, y lo que se adivina en una superficie juega con la otra, se matiza en la parte que ahora no vemos, a veces como la luz y la oscuridad, a veces como las dos posibilidades que nos ofrece el destino: la cara y la cruz de una moneda en el aire.
La parte de la medalla no vista tiene una potencia contaminante y perturbadora sobre el otro lado. Esta joven lectora que percibimos en este precioso bajorrelieve, ¿qué tiene tras de sí? ¿Cómo será la otra cara de la medalla? ¿Ocultará a la misma figura convertida en Judith de inocentes o mostrará un ave que se transforma en libro? Pensar de este modo las páginas de un libro es realmente perturbador. Como en los anaqueles de los infiernos de las bibliotecas que custodian (¿esconden, adoran, secuestran?) los libros prohibidos, hay imágenes que educan nuestra parte más turbia. También el lado más oscuro de nuestra alma encuentra quien le cultive, quien le aleccione, quien le haga todavía peor. El lado oculto de la medalla puede ser raíz venturosa de la parte vista y florida o tal vez sea el demonio eclipsado que se oculta bajo el ángel solar.
Las medallas que ahora contemplamos convierten la página de un libro en una encrucijada definitiva, en la escultura más leve, en el bajorrelieve final.


MEDALLAS EN LA BIBLIOTECA

Consuelo de la Cuadra

El libro nos acompaña siempre en nuestro recorrido vital. No creo que en este contexto cultural haya quien no tenga una idea acerca de él. Las obras que aquí presentamos desarrollan esa iconografía y nos muestran diferentes percepciones que enriquecerán seguro el modo en que habitualmente nos colocamos ante él.

Veremos cómo el libro resulta ser puertas abiertas al conocimiento (Marta García), un mar de ideas donde engancharte (Fernando de la Peña), es misterio que encierra las claves de nuestro destino (Raquel Fernández), al tiempo que juego y aventura (Mª Eugenia Rivas).
El libro nos atrapa (Sonia Cabello) y al mismo tiempo nos da alas (Horacio Romero). Es puro símbolo de la imaginación libre (Alejandro Franco).

El libro es luz (Maria Chacón) que ilumina en las noches de insomnio (Violeta Agudín) y tacto suave (Marta Domingo) que acompaña nuestro descanso. Nos narra en la infancia (Consuelo de la Cuadra) y soporta en la adolescencia (Paloma Moreno). Es parte de nuestra piel (Teresa Guerrero) en todas las edades (Begoña López Piedra), desde la gestación (Mª Jesús Romero) hasta la muerte.

Advertiremos en esta muestra cómo no sólo la iconografía sino el resto de los elementos que constituyen el lenguaje medallístico, como son los formatos (Teresa Fuster), el material empleado, la relación entre anverso y reverso, la epigrafía (Marta Larrauri), la relación entre figura y fondo (Esther Gómez) son utilizados para significar o subrayar las ideas. En ocasiones esos elementos son potenciados, como el tradicional formato circular medallístico (Ángela Pareja) y en otras, discutidos radicalmente con el empleo otras formas (Zaida Sánchez) que amplían los espacios para la imaginación y la expresión.

Como por otra parte sucede en todas las demás artes, forma parte del desarrollo y evolución de los diferentes lenguajes artísticos ampliar los límites y para ello es necesario localizar las fronteras, conocer las reglas del juego en desarrollo, para utilizarlas o contravenirlas, empleando estas transgresiones como herramienta de desarrollo comunicativo (Mónica Sainz), de enriquecimiento de matices y de mayores posibilidades de descubrimiento.

La medalla en su ruptura de fronteras juega a rayuela con disciplinas afines y salta con curiosidad y desenfado hacia la tridimensionalidad de los pequeños formatos escultóricos, hacia el diseño objetual (Casandra Carpintero), realizando ocasionalmente incursiones en el libro de artista (Isabel Martín) y en modos renovados de sellos ex libris (Rodrigo Romero).

Parecería que todos los elementos que constituyen la medalla se tambalean. Solamente hay uno que siempre permanece y es su carácter de objeto manual, hecho para estar contenido entre las palmas de la mano (Laura Bielsa), como el libro y como el logotipo de nuestra querida biblioteca que de modo tan gráfico lo representa.

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